lunes, 29 de mayo de 2023

Ahora sí

 Me despierta a las cinco de la mañana un dolor de muelas de tres pares. Tomo analgésicos para dejar KO a un oso polar. Me desvelo. No tengo con quién hablar. No tengo hobbies ni amigos ni discos ni libros ni imaginación ni apetito sexual ni nada que hacer. Me siento frente a la pantalla y escribo: "Me ha despertado un dolor de muelas y ahora no puedo volver a dormir. No tengo con quien hablar no porque sean las cinco de la mañana, sino porque no tengo nadie con quien hablar a ninguna hora. Mi vida es una mierda". A la mañana siguiente, mi único comentarista: "Deja ya de manipular, no me das pena, a quién quieres engañar". Me acuerdo de Hugo. Ah. Nada me pasa a mí en exclusividad. Ni siquiera el insomnio, ni menos el dolor de muelas, ni tener a un anónimo subnormal que piensa que todo lo que escribo lo hago por él. Todo. Debe ser alguien que existe en el mundo real, ese de fuera de la pantalla, alguien que quizás un día conocí y a quien quizás presté alguna atención. Alguien que si me pongo a pensar, igual deduzco quién es, porque todo lo que escribo, si marca el Villarreal y digo gol, si me llega tarde y fría la pizza y lo pongo en la página del Glovo, si se me muere otro gato, si mi abuela guisa papas con sardinas... todo, todo lo digo por ella. Esa persona, anónima y misteriosamente importante que preside mis vacíos días y mis solitarias noches. Ese ente omnipresente, invisible, que viaja por el tiempo y el espacio en circuitos de fibra óptica, que vive en el verde mátrix entre vibraciones y zumbidos, y que a lo mejor es un bot de esos,... es el motivo de cada uno de mis actos. Si hablo con una chica, (improbable porque no salgo y porque las chicas desaparecen en cuanto yo aparezco), si me acerco amable a un mozo (también improbable por razones similares), si me caigo, dios no lo quiera, tras dos millones de cervezas, y me araño con óxido y me ponen la antitetánica y, ahora sí, el enfermero intercambia palabras y contacto físico muy escueto con mi persona, y después lo cuento, porque si no lo cuento es que no ha pasado, lo hago por él, para molestarlo. Al ente. Que dónde está fuera de ahí. Que por qué se enfada conmigo por haberme caído. Que por qué da por sentado el interés del pobre enfermero. Que por qué me escribe en mayúsculas que lo estoy humillando por caerme a propósito y calentar a todo bicho viviente en urgencias, que lo de urgencias, además, ha sido por llamar la atención y poder refregárselo (sic). A veces, un poco por aburrimiento, un poco por soledad, un poco por curiosidad y un poco por un poco, estoy por responder, como hizo Hugo: "Sí, todo lo que escribo, y pienso, lo hago por ti, porque te odio, porque te amo, porque eres dios y estás en todos lados. Quiero llamar tu atención a todas horas para recibir tus insultos y sentir que te importo aún. Si un día desapareces de mis redes, de mi blog, de mi pantalla, mi vida carecerá de sentido. Las muelas dejarán de dolerme. Los gatos dejarán de morírseme. No volveré a caerme borracho y acabar en urgencias. Nada pasará. Todo estará oscuro". Pero soy perezoso y no lo hago. Hugo escribió un post diciendo a su psicópata particular que sí, que todo lo que escribía lo hacía por él. Ya ves. Pensé que iba por mí. Iba a ponerle un comentario. La verdad es que no recuerdo si lo hice. Qué cosas. Igual el anónimo cabrón lleva razón y todo lo que escribo lo hago por él. Él era Ahab y la ballena, fue cada uno de los marineros argentinos, Astrudd, el motivo de quedarme en la estación espacial, el big-bang de Andrómeda, el fraile beodo que canta en primer plano, qué digo, el puto Bosco planeando hasta el último detalle mientras yo lo miro. Paro. Pienso. Mis sospechas me inquietan, me divierten, me molestan. Tengo que escribirlas para que sean verdad, para que pueda leerlas. Porque si no lo cuento, no ha pasado. Ahora, sí. Lo hago por ti.