lunes, 8 de mayo de 2023

Casualidades

   Suena el teléfono. Lo cojo con un par, arriesgándome a que me intenten vender algo durante 45 minutos. No. Es del Limonar. Que una cita. Que para el miércoles. Oiga, perdone de verdad, pero ese día tengo un compromiso de trabajo y no podré acudir. Sí, por la tarde. Sí, de trabajo. Sí, lo siento.

   Hace unos días tuve un error que en mayor o menor medida puedo relacionar con el Limonar con sus casas señoriales y sus colegios concertados y su falta de aparcamiento, el topten de los putos apellidos que valen, sus tiendas de decoración, sus multas y los múltiples contenedores para reciclar todo tipo de cosas, incluyendo uranio, aceite usado, pilas, secadores de pelo que podrían ya ser contaminantes, hijos que han salido mal (no los denuncien, no se manchen las manos, echen a esos vástagos molestos aquí). Todo. Han pensado en todo. Por mi zona, si reciclas (que eso es otra), tenemos un bidón para el plástico y gracias. Y no sé si es por nosotros, pero el iglú amarillo ese está sucio que da asco y con un acceso que pasa por subirse a los coches de los vecinos con nocturnidad, alevosía y riesgo para tu vida. Por eso, yo mando a mi hijo, que es más joven y corre más. En fin, la evolución del ser humano va por barrios, ya se sabe.

    Ahora mismo tendría que estar haciendo otras cosas. Asegurarme algo para no cargarme también mi parte de vida dedicada a un trabajo que me gusta. Pero los del Limonar me han distraído y he tenido una regresión momentánea de la que me está costando volver. Y la verdad es que no suelo ser así. Que conozco gente que están anclados en los 90 y todas las conversaciones, recuerdos y sabiduría que sale de ellos se rescata de momentos de hace 30 años. O más. Cuando las playas eran playas y las novias, novias, y el dinero en lugar de escasear se salía de los bolsillos. Me da cosilla. Un prurito de vergüenza, me siento traidora a mi generación, pero mi memoria es fatal y no me acuerdo de nada; así que ni nostalgia ni idealización, ni viajes conmovedores, ni vencer a una enfermedad mortal con medicinas naturales y amor, ni amigos para toda la vida ni parejas perfectas y pueblos perfectos, ni reinas del baile, ni los putos amos del instituto, ni espejos que se rompían. Y entiendo, entiendo, trato de entender, asentir, sonreír y saludar... Pero, quitando que los coches no te decían a ti lo que tenías que hacer y que podías fumar en todas partes, no tengo súper anécdotas con las que torturar a quien tenga la desgracia de tomarse una tapa conmigo un sábado a las tres de la tarde. Y hete aquí el problemón, porque son muchos boomers a los que caer fatal, que soy yo muy faltona. Pondré, si llegare el caso, la otra mejilla y hablaré de los Picapiedra, del lindo pulgoso y de Regreso al futuro, que es lo que voy a procurar hacer ipso facto. Regresar. Al menos a este asco de presente para el miércoles no hacer también el ridículo o por lo menos no salir de allí linchada, que cuando te pegan duele, pero cuando te insultan casi que duele más.

Enga, nos vemos.   

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