Me regala una lupa. Para que vea las cosas pequeñas. Como si no tuviese yo una visión perfecta para el cerca, lo diminuto: hormigas, motas de polvo, agua sostenida en aire poniente, brisas de marejadas, arena levitando... Veo perfectamente el viento, rizos de pájaros en el cielo nublado de mi perspectiva líquida. Ostras, champán y primavera. Un bumerán que no vuelve.
Me regala una lupa hecha de añicos. De pasados presentes y de olvido. Una lupa para no ver el horizonte. Una lupa negra como ceños fruncidos. Como un cliché de mis abrigos. Como metáfora de cientos de pelusas. Como ese vestido lleno de arrugas. Como la bolsa de prendas sucias. Para ver lo invisible e inexistente.
Va la lupa, ahora, volando, como una bicicleta en un tornado. Como los papeles manuscritos, pintados de mapas y mapaches, de peces raros fuera del río. Como el brazo roto. Como yo bocabajo. Como ojos cerrados y sucios albergues. Como chicles pegados bajo su mesa. Como imanes mangados de su nevera. Como yo lanzando la lupa contra la chimenea, llena de románticas llamas descaradas y mantas compradas en mercadillos.
Lupa líquida, derretida por infantil y desgraciada. Como el corazón fragmentado. La lupa de los miopes niños perdidos.
Una lupa que son tambores de guerra. Que asalta ojos como a pobres. Que desvela misterios insondables. Que me importan lo mismo que las ganas.
Y el mar se cabrea embravecido de plásticos. De uves por bes, de jotas por haches. La lupa sigue su viaje. El viaje a la nada que significa.
Una lupa borracha de mentiras, hecha de impuestos irreales y tontos con costa, de unidades de medidas y huracanes, de vicios de mascar y puentes rotos.
Pagadas las multas de regalos, presentes que duran lo que duran. Vestigios de sueños rotos, poetas muertos y transgresiones.

1 comentario:
¡Bello!
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