miércoles, 6 de abril de 2011

El surrealismo es como practicar sexo tántrico vestida con una nariz de payaso. Orgasmos, risas y no entender casi nada. Puede ser brutal pero no pasa nada. La vida. Si el surrealismo es el Madrid, y el realismo es el Barça, o viceversa, después del partido me parto la cara en un bar con algún partidario de la Pardo Bazán. El realismo es como una rubia de bote con un wonderbra venga a quejarse de bobadas. Imagino el hiperrealismo, con esa rubia recién amanecida, resacosa, la pintura corrida, con la pinta de una prostituta vieja después de una paliza. Llora ante la taza de café, se siente gorda y pesa cuarenta quilos. Se mete un puñado de pastillas. Se asoma al balcón y grita, grita, grita. O mejor, muchísimo mejor, el realismo mágico: La misma rubia de bote se quita el sujetador y sus pechos comienzan a inflarse con helio hasta que sale volando como un globo bicéfalo. De la nada le aparece una chistera entre las manos y comienza a sacar palomas sin parar (bueno, esto puede ser una interferencia surrealista pero es magia, no digáis que no). Parece el día de las fuerzas armadas dibujado por Picasso. Todos aplauden, sacan fotos, cuelgan vídeos en Youtube. La rubia nunca vuelve. Nadie se extraña. Alguien hace un puchero con paloma.

2 comentarios:

Víctor dijo...

Genial.

Luna dijo...

Yo diría más que genial.
Nunca entendí bien al surrealismo. Hoy me saco el sombrero.

Saludos muchos.