domingo, 20 de noviembre de 2011

Tras leer y padecer: no hay vida después de Onetti



No me queda aire. En su juego se queda todo el aire. El aire que le obsesiona, que le persigue, al que persigue. Que trata de desvelar sobre los objetos y a través de la respiración de mujeres fracasadas de grandes pechos; voluminosas, glamurosas exprostitutas. Jóvenes violinistas ansiosas de aventura, mujeres extrañas, manipuladoras, obsesionadas, sinceras yonquis. Aburridos hombres insignificantes, pobres observadores, que encuentran la vida en el aire de una habitación. Paladean un momento. Un momento de lucidez que igual fue un espejismo, un sueño, un error, que se les va y tras el que salen como si todo el castillo de naipes que es su vida dependiese de ese poquísimo aire.
Dalí me habla del aire como elemento pictórico y Onetti pinta su cuadro extraño, escena sobre escena, hombre sobre hombre, sobre hombre. Mujeres al fondo junto con el río y la ciudad. La ciudad inventada del todo y a la que aun así se puede llegar.
La vida no es solo breve, es irreal, es como un sueño, es apenas un sueño. Lo sé bien. Yo confundo mis sueños con la realidad cada día. Te lo conté. Te lo he contado todo. 
Nada que no se pueda soportar. La gran confusión, el hartazgo, el deseo nítido y loco de vivir más y de verdad. El simular que estás muerto por el puro deseo de estar más vivo.
Todas las renuncias de Brausen, su vida arrastrada como por la corriente del río que empuja cierta fuerza enemiga que él no podrá controlar, salvo si fuera un dios. Y eso hace: se ve como un dios, mata a Brausen, nace Arce, un ser mal hecho, borroso, hijo de un dios en prácticas y que no llega más que a emular al personaje. Porque la vida es un sueño y Brausen ansía despertar y como un Segismundo que odia con fuerza después se amansa y deja de odiar. 
Es más real Díaz Grey, más hombre de verdad y al tiempo el gran pelele de Lagos. El tramposo, el embaucador, el embustero, el traidor, el encantador, el que, cómo no, en un tiempo breve devendrá el envejecido fracasado.
Al fin, es la historia de un lugar. Un sitio que no existe donde van a parar los personajes y las personas para lo mismo. Una ciudad donde todos andan de la mano de su barrio, del reloj, de la mujer oronda y los niños que le atan, o la prostituta que los embelesa y a la que desprecian. El tiempo y la ciudad que transcurre como el río que la cruza como los habitantes que la pueblan, sin culpa y sin falta a la mediocridad y el contraste de lo burgués con lo demás. El tiempo del hombre de mediana edad que no sabe quién es y cuál es su finalidad. Que se sale del camino: enloquece, sin ser él  mismo el detonante de esta rebeldía, de esta fantasía, de esta determinación de dejar de ser una marioneta.


3 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Una excelente impresión del libro.

omar enletrasarte dijo...

excelente entrada de uno de los más controvertidos compatriotas, quien diría:
"ah, conozco a ese tal Onetti, pero el escritor me tiene podrido"
saludos

Pilar dijo...

Gracias, R.
Omar, tu compatriota es uno de los mejores escritores que he alcanzado a conocer. Gracias por seguir por aquí.