miércoles, 22 de septiembre de 2010

De lo que ocurrió a A. B. Dwffierttt (II)

La Bounty II era una nave espacial mediana. Sus dimensiones permitían familiarizarse con su  interior fácilmente y Asttrud amaneció pensando en, si la cosa se ponía muy fea, perderse por las entrañas del navío hasta que los ánimos se calmasen o estuviesen de vuelta en la Tierra. Pensó en acumular agua y alimento para este menester y se dirigió a la zona de almacenamiento de viandas que tan bien recordaba.
Estaba cruzando disimuladamente el puente cuando se percató de algún detalle poco habitual en el comportamiento de los tripulantes.
El capitán y uno de los oficiales pululaban por doquier hablando con unos y otros de manera disimulada lo que, a pesar de no ser muy perspicaz, no pasaba desapercibido a Asttrud, sabiendo lo que sabía.
Durante la tarde y siguiendo su plan, bajó a las bodegas por tercera vez para robar algo más de comida. El paso desde los camarotes al módulo de servicio obligaba a cruzar una de las escotillas a través de la que podía verse el espacio circundante. Inevitablemente cada vez que pasaba se quedaba absorto en la infinita y oscura belleza del Universo. Pero en aquella ocasión percibió un anómalo rastro dejado presumiblemente por la Bounty II, un rastro de enormes bultos blancos que salían de una de las escotillas de popa y que al poco de observar con atención le parecieron cuerpos encapsulados, como los cuerpos de los que hibernaban en el módulo C.
Asttrud vomitó por primera vez en su vida.
En este punto un brote de responsabilidad y un brevísimo acceso de solidaridad hacia sus semejantes le llevó a pensar que haría bien diciéndoselo a algunos de los alienígenas más integrados y quizás más habituado a resolver cualquier tipo de problema. Sin embargo, si algo tenía Asttrud era que siempre mantenía su palabra. Y había jurado no hablar... ¡pero no dijo nada de escribir!
Así que después de la cena, esperó dando un paseo con unos sprays (que ni idea de dónde salieron) escondidos por todos los bolsillos de su gabardina. Los bultos de su cuerpo disimulaban cualquier protuberancia sospechosa debida a los botes de pintura y, tras comprobar que no había nadie alrededor, comenzó los grafitis.
A la mañana siguiente la nave amaneció llenita de pintadas de advertencia: "cuidado", "es una trampa", "la tripulación está vendida", "nos quieren matar o algo peor". Sin embargo, excepto el capitán que cambió de cara cuando vio cómo le habían puesto las paredes, y el segundo de a bordo que lanzó una mirada inquisitoria a su superior, el resto no pareció entender lo que estaba ocurriendo y, si lo entendían, o les daba igual o no se lo creían en absoluto.
De resultas de aquel incidente menor, no obstante, ocurrió algo harto importante. El segundo de a bordo, el apuesto teniente Liechtenstein, comenzó a sospechar y se dirigió al capitán para interrogarle porque a lo que parece ya tenía la mosca detrás de la oreja antes del arranque grafitero de nuestro babosísimo protagonista.
El capitán debió de contestar de modo despótico al segundo o lo que le dijo le tuvo que molestar sobremanera pues al cabo de un rato pasó por delante de Asttrud con la cara desencajada y una actitud muy extraña. En el puente, el teniente Carl Liechtenstein paró a hablar con un par de suboficiales y, con toda probabilidad, desahogarse de lo que le hubiese pasado con el capitán. Los hombres asentían y asentían cada vez mostrando un aspecto más preocupado. En unos diez minutos, Liechtenstein había reunido allí a unos siete hombres, entre ellos un oficial superior y el cocinero. Al poco tiempo, apareció el capitán y varios humanos más y Asttrud intuyó un desencuentro entre aquellas personas y, dado que la violencia le molestaba mucho, se alejó  hasta poder ver sin ser visto.
La algarabía fue notable. Los hombres manoteaban y se encaraban unos con otros y al calor del griterío se arremolinaron casi todos los tripulantes, con excepción del mecánico y el piloto, que eran los únicos que trabajaban en aquella lata de sardinas. También se acercaron, curiosos, algunos alienígenas que gesticulaban y manoteaban -los que tenían manos, claro- de un modo vehemente.
Al cabo de unos minutos, todo se había resuelto de manera inesperada. El segundo de a bordo dio instrucciones a algunos de los hombres que retuvieron al capitán y al otro oficial, así como a un par de individuos de rango inferior malencarados que forcejeaban muy feamente. Parecía enterita una escena de un motín.
A las 21:07, el segundo de a bordo tomó el mando e hizo arrestar al capitán y a cinco sujetos más por delitos gravísimos. Tenía el apoyo de los demás y la fuerza que le daba el respaldo de los alienígenas agradecidos. El capitán era un abusón de mucho cuidado y tenía a todos muy descontentos. Unos esperaban poder meter mano por fin a la bodega Alfa, otros solo querían que dejase de tratarlos de modo vejatorio y cruel, los extraterrestres que no habían hibernado solo deseaban sobrevivir a aquel viaje y lo tenían más fácil con el teniente Liechtenstein que era joven y justo, muy atractivo, progresista, ecologista y amante de animales y plantas.
Esa noche celebraron que se había hecho justicia pero Asttrud no se unió a la celebración. Y no solo porque no podía conversar con nadie sino, lo que era peor, porque se preguntaba qué sería de ellos ahora que no iban a Andrómeda ni podían regresar a la Tierra y, con toda seguridad, iban a tener a las autoridades en contra. Esta preocupación le llevó a seguir adelante discretamente con su plan de ir robando comida y acondicionando un rincón bien recóndito en el corazón de la Bounty para cuando pasase lo que tenía que pasar.

2 comentarios:

Torcuato dijo...

Seguimos leyendo.
Un abrazo.

Pilar dijo...

Gracias por leer, Torcuato.
Un abrazo.