domingo, 26 de septiembre de 2010

De lo que ocurrió a A. B. Dwffierttt (y V)

Rosencrantz y Guildenstern no habían muerto, ni siquiera habían desaparecido. Hartos de esperar un relevo que nunca llegaba, se avinieron con el excapitán, Sir Fletcher Christian, que esperaba cualquier fisura en los rebeldes para recuperar su estatus y volver a llevar las riendas de la situación.
Así, Christian, con la inestimable ayuda de un grupo de alienígenas ultraconservadores y los decepcionados Rosencrantz y Guildenstern, había urdido un malévolo plan para regresar a la Tierra y lograr que juzgasen con contundencia al infame Liechtenstein. Ese guaperas.
Aquella mañana, Asttrud se encontraba tan ricamente hinchándose de café con galletas cuando oyó un tumulto que procedía del exterior de la nave. Con toda seguridad aquellas eran las voces del capitán y el segundo y las de algunos otros hombres de la tripulación. Algo decían sobre partir de inmediato o no partir en absoluto, quedarse en Ha Waiino con una tal Asperionisa y ser juzgado por un tribunal militar. La verdad es que era muy difícil entender nada desde un lugar tan recóndito y masticando aquellas crujientes galletas. Asttrud en un gesto inaudito se dirigió a una escotilla cercana con intención de ver qué ocurría y a qué se debía tamaño escándalo. Una vez que quitó el polvo acumulado en el doble cristal reforzado de la escotilla con el dorso de su anca, nuestro amorfo E.T. pudo ver cómo un par de humanos muy desaseados prendían violentamente al bellísimo Liechtenstein y a otro oficial que no llevaba las vestimentas reglamentarias pero al que reconoció igualmente. Un grupo de alienígenas ayudaba a estos hombres tan sucios mientras el excapitán se dedicaba a dar órdenes a unos cuantos tripulantes que se internaron en la zona urbana al parecer para capturar a otros oficiales desleales que andaban por ahí ayuntados con las nativas.
Al cabo de un par de horas, estos regresaban victoriosos con varios hombres maniatados y, por fin, todos juntos entraron en la Bounty.
Una humareda había empezado a manar de debajo de la nave, por lo que Asttrud coligió que estaban a punto de despegar. Entonces pudo ver --gracias a su magnífica vista andromedina-- cómo el capitán daba un recompensa material al que parecía el cabecilla de los extraterrestres colaboracionistas que, acto seguido, se perdió en una espesa niebla. Tras unos minutos, la Bounty II despegaba y en una única maniobra, sutil virguería, salía de la órbita de Ha Waiino con suavidad y elegancia.
Todavía con las migas de las galletas pegadas en el ectoplasma, Asttrud notó como entraban en hipervelocidad y tuvo que asirse a un perchero que adornaba el pasillo C de popa para no caer de bruces.

**

Las dos semanas de viaje hasta la tierra no fueron precisamente tranquilas.
Los trece amotinados estaban retenidos en la bodega Alfa y eran vigilados irónicamente por Rosencrantz y Guildenstern a los que siempre tocaba bailar con la más fea y que recibían docenas de insultos de los prisioneros. Nadie se explica muy bien cómo el astuto Sir Fletcher Christian sabiendo la tendencia a transfugarse de estos dos les confíó tan delicada misión. Pero así fue.

Entre los tripulantes había mucha desconfianza pues algunos habían seguido a Liechtenstein en el motín aun cuando después lo negaron vehementemente. El capitán hacía como que no le importaba si bien todos sospechaban que guardaba gran rencor a todos los insurrectos y en cuanto llegasen a la Tierra se la iba a jugar bien jugada. Ese miedo iba creciendo entre los hombres a bordo, mientras se recuperaba el contacto con las autoridades terráqueas.

Para el 31 de agosto, Christian ya había notificado por radio a las autoridades terrícolas la situación, omitiendo claro está el modo en que se habían deshecho de los molestos alienígenas y que había que agradecer a Liechtenstein. Oyendo una de las comunicaciones por radio con el Mando Militar, Asttrud se hizo consciente de su suerte: Volvían a la Tierra, ese detestable lugar, y en esta ocasión sin trabajo, ni casa, ni permiso de residencia, ni un solo papel en que parapetarse en aquel mar de diligencias, licencias, sellos, formularios y registros varios; aquel océano absurdo de burocracia que ya lo absorbió una vez.
Pobre Asttrud, se desanimó tantísimo que decidió salir a dar un paseo por la Bounty para distraerse de esos negros pensamientos. Y de modo inconsciente fue a parar a la zona de carga y descarga del Puerto Alfa en donde retenían a los insurrectos de Ha Waiino, como ya los llamaban todos.
Por una vez nuestro amigo de Andrómeda tuvo una idea propia, algo descabellada, pero poética. Se aproximó y ayudó a escapar a Liechtenstein a quien no podía quitar ojo mientras desataba no sin dificultad, al carecer de dedos. Carl, agradecido y encantadoramente desaliñado, prometió a Asttrud que saldrían airosos de aquel impasse.
Ya libres, los 13 hombres y el extraterrestre se internaron en la nave haciendo acopio de todos los cuchillos, tenedores (descartaron las cucharas, Asttrud no entendió por qué) y cualquier objeto puntiagudo susceptible de hacer daño que encontraron. Se preparaban para tomar la nave. Entonces, Liechtenstein les aclaró para evitar posteriores malentendidos que no tenía ni idea de cómo proceder después. Advertidos quedaban.

En el puente el comandante de la nave daba instrucciones al eminente piloto, Edward Summerset III, de 34 años de edad y nacido en un paraje semidesértico del Norte de Europa llamado Escocia. Summerset lo escuchaba cabizbajo pues sus simpatías siempre estuvieron con los rebeldes, aunque lógicamente se debía a su misión, su vocación, bajo el mando de quien fuese.
Sir Fletcher Christian fue sorprendido, en aquel mismo instante, por la presencia de Liechtenstein y sus hombres entre los que, de nuevo, estaban Rosencrantz y Guildenstern que empezaban a parecer unos chaqueteros.
Los rebeldes intentaron tomar el mando y controlar la nave por la fuerza pero los tripulantes no se lo pusieron fácil. La situación derivó en un violento altercado que acabó por accidente con la vida de Edward Summerset III y dejó a la nave sin piloto. La escaramuza se prolongó desde el día 1 de septiembre al día 3 de septiembre. Durante aquellas casi 72 horas, la Bounty, en piloto automático, se había aproximado a la Tierra y se encontraba ya cerca de su órbita.

Como llevado de un fatal presentimiento, Liechtenstein intentaba desesperadamente llegar a la cabina, para poder dar media vuelta y, si el combustible era suficiente, volver a Ha Waiino. Sin embargo, Christian se había hecho fuerte en el puesto de mando y, ahora, pilotaba osadamente la Bounty, a pesar de no tener ni idea de cómo conducir una nave espacial.
Asttrud se dirigió a Liechtenstein y le habló, quebrantando el juramento hecho al inicio de esta aventura. Le explicó que había preparado una cápsula de emergencia para, en caso de necesidad, evacuar la nave antes de aterrizar y ser detenidos por los militares que debían de estar ya esperándoles. Liechtenstein no era partidario de abandonar a sus hombres, pero tras reflexionar unos segundos, consintió en acompañar a Asttrud a la susodicha cápsula, donde esperarían el momento oportuno para pulsar el botón de eyección fácilmente visible en el cuadro de mandos de la pequeña nave, dado que era el único botón.
A las 09:45 del día 4 de septiembre de 2666 el capitán contactó con el Mando Estelar, desde donde le dieron permiso para aterrizar. 
En el mismo momento en que penetraron en la órbita terrestre, Liechtenstein pulsó el antedicho botón y cruzó los dedos abrazado a Asttrud.

La suerte y la impericia de Fletcher Christian quisieron que la nave entrase en la atmósfera terrestre a demasiada velocidad lo que provocó que se convirtiese en una enorme bola de fuego la cual acabó por impactar en uno de los edificios más relevantes del planeta, el Nuevo Capitolio en la capital de EAR (Estados Americanos Re-unidos), que en aquel momento albergaba la sede de Naciones Unidas, el FMI y la sede de los Gobiernos Americanos Re-Unidos y de la Commonwelth y que justo entonces acogía una importantísima cumbre internacional. Fue una debacle.
El caso es, y ahí quería llegar, que --como ya habrán deducido-- es absolutamente falso que aquello fuese un atentado de activistas radicales ecologistas, como entonces se dijo y hasta ahora se ha afirmado. El complot y la trama terrorista nunca fueron reales. Solo fue una nave espacial fuera de control a causa de un motín  volviendo de una falsa misión de transporte de alienígenas a Andrómeda. Nunca entenderé por qué quisieron ocultar la verdad y dieron una explicación tan inverosímil y absurda.


Finales alternativos...
En lo que ocurrió a Asttrud no se ponen de acuerdo los cronistas. Dos son las historias que se cuentan como ciertas. Las reproduzco ambas.
De lo que ocurrió a Asttrud (1)
Sobre lo que acaeció al pobre extraterrestre protagonista accidental y esporádico de esta historia hay una teoría predilecta en los ámbitos escolares de tradición europea.
Todos coinciden en que la endeblucha nave auxiliar se estrelló en el desierto de Arizona y posteriormente se incendió. Sin embargo, siendo la piel de Asttrud ignífuga y su cuerpo gelatinoso y abultado, resistente a todo tipo de golpes y aplastamientos, pudo salir de entre el amasijo metálico sano y salvo con Liechtenstein en brazos.
Es de suponer que cuando se dio cuenta de que estaba de nuevo en la Tierra, pensó en todas las aventuras que había vivido en los últimos meses, aunque en realidad pasó todo el tiempo metido en la nave robando comida y comiendo. Se sabe cierto que valoró volver a Barcelona donde conocía bien el mercado laboral y donde estaban los mejores restaurantes del mundo.
Hay también acuerdo en el hecho de que, con sumo cuidado, trató de despertar a Liechtenstein que estaba inconsciente y que había salvado la vida gracias a que las esponjosas carnes de Asttrud habían hecho las veces de gigantesco airbag. Se cuenta que cuando por fin Liechtenstein abrió los ojos, Asttrud lo besó tiernamente y se despidió de él con lágrimas cayendo por sus viscosas mejillas: "Siempre serás mi capitán", le dijo al oído y creyó ver cómo Carl ponía los ojos en blanco.
Tras esta traumática experiencia, Asttrud se ocupó como traductor en la ciudad condal y, mediante una agencia de contactos llamada siglo XXVII, consiguió una novia andromedina que también trabajaba de traductora y detestaba nuestro planeta tanto como él. Se compraron una casita muy coqueta en el Tibidabo, lejos de su antiguo barrio, y fueron tan felices como pueden ser los nacidos en Andrómeda.
Del bueno de Liechtenstein no se supo nada más.

De lo que ocurrió a Asttrud (2)
En la segunda teoría sobre este particular, se dice que Asttrud por poco muere en el choque y posterior incendio de la capsula contra el duro suelo desértico de Arizona, donde sin mucho sentido fueron a parar.
Sin embargo, como ya se indicó, la piel de Asttrud es ignífuga y su cuerpo gelatinoso y abultado resiste todo tipo de golpes y aplastamientos.
Tras el accidentado aterrizaje, Asttrud B. Dwffierttt salió de entre el amasijo metálico llevando en brazos a Liechtenstein que había salvado la vida gracias a que las carnes de Asttrud habían hecho las veces de airbag. Ambos estaban sanos y salvos.
En esta teoría, igualmente, Asttrud despertó con delicadeza a Liechtenstein y le besó tiernamente. Le dijo: "Siempre serás mi capitán", y creyó ver cómo Carl ponía los ojos en blanco, lo mismo que en la otra teoría.

Aunque era consciente de que sin casa ni trabajo ni documentación ni casi identidad lo tenía muy difícil en un mundo como el terráqueo, decidió volver a Barcelona y buscar empleo sin suerte.
Después de algún tiempo mendigando, viviendo en la calle y recibiendo los habituales maltratos a alienígenas, incrementados con creces por su condición de pordiosero, Asttrud comenzó a cazar para sobrevivir. Al principio, solo palomas o ratones, pero tras un tiempo se dio cuenta de que las personas eran una presa mucho más fácil, pues ni volaban ni apenas corrían y tenían mucha más carne. Al cabo de un par de semanas, con una veintena de homicidios a sus espaldas, la policía le detuvo. Tras un primer contacto y un somero interrogatorio, pasaron el caso de A. B. Dwffierttt a las autoridades sanitarias que ordenaron su inmediato encierro en una institución mental para alienígenas hasta el fin de sus días.

Asttrud entendió este como un final feliz considerando que le proporcionarían cama, comida, asistencia médica y drogas gratis de por vida. Lo único que habría cambiado era a su terapeuta. Y era comprensible. Un niñato de veinticinco años determinado a confundirle y que con toda seguridad estaba experimentando con él nuevas técnicas psicológicas para reducir a los alienígenas. Insistía en convencerle de las más descabelladas historias como que su viaje en la Bounty II era una invención en la que mezclaba películas que habría visto con libros que habría leído; otras sandeces que el doctorcillo se empeñaba en repetir era que él nunca había abandonado Barcelona (¡si llegó aquí con 34 años!), que estaban en el año ¡2010! y, lo mejor, que él no era un extraterrestre y, de hecho, los extraterrestres no existían. Que menuda aseveración viniendo de un hombre de ciencias.

Si no hubiera sido por las pastillas, le habría dado una golpiza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial, fresquísimo, y pese a todo, el mejor final el segundo. Well done Cartaphilus :D Enorme donde va a estrellarse la nave, jojojo.

Pilar dijo...

¿¿Cómo prefieres que Asttrud acabe en el manicomio antes que con una andromedina guapa y mucho más joven que él??
A paradigmático. (A de anónimo, claro).