sábado, 25 de septiembre de 2010

De lo que ocurrió a A. B. Dwffierttt (IV)

El 15 de abril, jueves, coincidiendo con la celebración del Corpus Christi, avistaron Ha Waiino. El Corpus Christi era la festividad de una arcaica superstición de obligada atención en la Bounty al ser la mayor parte de la tripulación originaria de países mediterráneos, donde se mantenía fervorosamente viva la tradición religiosa denominada catolicismo. A pesar de ser ridícula ante el resto de Universo, ninguna autoridad  terráquea osaría interponerse entre el pueblo llano y sus costumbres milenarias. Así que Liechtenstein tuvo que esperar al viernes para dar las órdenes pertinentes.
La fiesta, encima, había perdido gran parte (eufemismo) del sentido religioso que le dio origen y había desembocado en otra bacanal de música, alcohol y, comúnmente, sexo, que hacía que cualquiera, aunque no fuese religioso ni siquiera humano, se uniese con entrega al festejo. Los rituales eran  en principio solemnes, debiendo el capitán oficiar una misa reverencial (ley no escrita vigente desde el año 2305 y que mataba a Liechtenstein quien abominaba de las religiones) y posteriormente comenzaba el banquete donde era habitual tomar mucho vino, tanto que a partir de la mitad de la celebración se perdía toda la solemnidad.
Al día siguiente a pesar de la terrible resaca lograron contactar con Ha Waiino.
La fama de ingenuos de los hawaiinos era absolutamente merecida. Solo oír que necesitaban repostar ya les estaban dando "permiso para entrar en su órbita y pasar en su planeta el tiempo que hiciera falta y más".
A las 13:02 la Bounty II descendía por los verdosos cielos del planeta vacacional. El aterrizaje fue de manual, hasta Asttrud ovacionó al timonel que está demostrando ser el ente de más valía de esta aventura y se merece un nombre, una edad y una historia propia que quizás mas adelante llegará. Por ahora, solo puedo decir que su pericia en el gobierno de la nave se debió en parte a la ingesta de un par de Voll Damm para la resaca que lo dejaron con un pulso fino.
Ha Waiino les pareció el lugar más perfecto de Universo. Semejaba una lámina de colores ocres coronada por un cielo turquesa que vacilaba entre el verde esmeralda y el azul cobalto y que en la noche tornaba a un bellísimo y brillante azul de Prusia. La tierra era suave, como hecha de fina arena del desierto. O quizás era arena del desierto. La costa salpicada de velerillos sobre un mar tranquilo y calmo confería una enorme paz a los visitantes que eran recibidos con calidez y amistosos abrazos de las bellísimas lugareñas. Porque eso era otra cosa: las muchachas de aquel planeta eran preciosas desde cualquier óptica, para cualquier ser de cualquier planeta. Era una belleza la suya universal e indiscutible. Era paradigmática y agradable. Un consuelo para la vista (y el tacto) de nuestros cansados viajeros, nuestros desfallecidos amigos que se las prometían tan mal y que tan solo unas pocas horas más tarde andaban rodeados por aquellas hembras cariñosas, agasajados con buen vino y música por los generosísimos nativos.
Liechtenstein amaneció el día 17 en los brazos de una nativa llamada Asperionisa, de una dulzura sin parangón, que le rogó que se quedase unos días en aquel paraíso con ella. El buen hombre no tenía elección y ordenó a sus hombres acomodarse un par de días "para recuperar fuerzas, acumular víveres y repostar como Dios manda". (Curiosamente, para no ser religioso, Carl Liechtenstein se encomendaba con frecuencia a Dios y sus designios). A los alienígenas "ya no les digo nada". Eran libres de marchar  y salvar así sus vidas.
La nao quedó por el momento a cargo de un par de desdichados llamados Rosencrantz y Guildenstern que tendrían que cuidar de que los cautivos no escapasen (nadie se olvide del malvado capitán y sus fieles) y de que ningún extraterrestre volviese a bordo.
Asttrud valoró seriamente seguir las instrucciones y buscarse la vida en aquel lugar que en verdad le parecía magnífico. Sin embargo, siguiendo su pésimo instinto, decidió retroceder sin ser visto y esconderse en el lugar que para ello él mismo había acondicionado (¡y cómo!) durante las últimas semanas.
Así estaban las cosas. Los humanos conviviendo vívidamente con las nativas y los alienígenas por doquier buscando cobijo y alimento.
Un día por otro, pasaron sin sentir cuatro meses y probablemente hubieran pasado otros cuatro de no ser porque el teniente Liechtenstein, al que todos llamaban ya Carl, tuvo noticia de que  Rosencrantz y Guildenstern habían desaparecido y que los prisioneros se hallaban en un estado lamentable sin alimento ni agua. Dio un beso en la rosada mejilla de Asperionisa y se acercó a la nave para tomar las medidas oportunas. Ojalá nunca lo hubiera hecho. La fecha: 18 de agosto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con dos Voll Damm ya te digo yo como acaba el timonel. Sí que merece algo más que una ovación.

Paradigmática xD

A de anónimo :)