martes, 7 de junio de 2011

El día que fui al fútbol: Notas de una crónica deportiva para la revista M.C.

8:00 a.m. Suena el despertador. Lo apago de un porrazo y sigo durmiendo.

11:45 a.m. Me levanto con las marcas de las sábanas esculpidas en el lado derecho de la cara, los ojos hinchados, el rímel corrido, un hambre canina. Hago pis. Me dirijo a la cocina.

12:10 p.m. Desayuno con toda la prensa deportiva abierta sobre la mesa del comedor. Observo atentamente la foto del individuo que debo entrevistar esta tarde. Memorizo sus rasgos que no había visto jamás. El Marca lleno de migas no me dice nada. El As ya gotea aceite. El Sport abunda información y manchas de café.

12:25 p.m. Me doy cuenta de que el tipo en cuestión es famoso en su ámbito. Apunto el nombre en una servilleta de papel algo arrugada: Messi, Leo Messi.

13:30 p.m. Ya peinada y aseada, preparo el cuestionario, copiando preguntas de los diarios mentados así como de El Mundo deportivo, otro periódico enteramente dedicado a los deportes. Reflexiono brevemente sobre la necesidad DIARIA de varios gruesos documentos informativos dedicados exclusivamente al deporte. Y básicamente al fútbol. Me quedo frita.

16:09 p.m. Despierto de un brinco. Miro el reloj. Veo horrorizada que llego tarde. El partido empieza a las cinco, hora taurina, en La Rosaleda (Málaga) que me queda a unos 40 minutos sin contar lo que me lleve aparcar (calculo otros 40 minutos). Me inquieto. Me da hambre. Decido hacerme un bocadillo de mortadela y tomar un taxi a cargo de la revista.

16:59 p.m. Llego al estadio. Corro a las puertas, aún atestadas de gente con camisetas y banderines y apurando las botellas que, a lo que parece, no les dejan meter en el campo. Saco apresurada mi acreditación del bolso. Me salto la cola. Pregunto a los gigantescos y altivos lacayos que vigilan la entrada. Me dan las directrices: la entrada para la prensa está en otra parte. Corro. Malditos tacones. Corro porque tengo que ir al otro extremo y nunca me había percatado ni podía siquiera imaginar lo grandísimo que hacían estos locales. Por fin, llego sin aliento y sin saludar, penetro en el lugar donde perpetraré la entrevista y la crónica de un partido de fútbol. En verdad, el primer partido de fútbol que iba a presenciar.

17:40 p.m. Por fin me dicen que los de color azul y rojo (se dice “grana”, me explica pedante otro acreditado) son los del Barça y por ende el equipo en el que juega el susodicho Leo Messi, ese al que tengo que entrevistar. Me lo localizan con el dedo varias veces. Los otros, van de celeste y blanco. “Una vestimenta mucho más bonita”, comento, y todos me miran y se carcajean: “Qué arte, la niña”, dicen pensando probablemente que estoy de guasa.

18:55 p.m. Me despiertan los empujones y algún pisotón. Me informan de que el partido ha terminado. Vale. ¿Quién ganó? ¿Quién va a ganar? No sé. ¿Los de azul? ¡Ha ganado el Barça, déjate de cachondeo!

19:00 p.m. Bajo a trompicones siguiendo la masa de periodistas en busca de mi objetivo, mientras calculo cómo voy a narrar la crónica del partido que no he visto. Entre los apretujones, me junto a uno de mis compañeros de platea y meto la mano en los bolsillos de su chaqueta para hacerme con sus notas. Como no soy carterista profesional, el tipo nota cómo le palpo pero, para mi sorpresa, no solo me lo permite, sino que me hace unas amistosas caricias en las nalgas. Sonrío y me piro que me las pelo antes de que se dé cuenta.

19:35 p.m. Por lo visto mi acreditación es una mierda y tengo que esperar junto a unos veinticinco pringados más en la puerta de los vestuarios a que los jugadores se aseen y charlen y otras cosas de las que no me entero.

20:00 p.m. Los pies me matan. Por fin sale. Desde luego es el que más atención recibe. Yo que me he quedado en tercer plano no alcanzo a verle ni el flequillo. Así que me las ingenio para que me abran hueco. “Me estoy mareando. No aprieten, señores, que estoy embarazada, en cinta, preñada”. Me sale bien la jugada: se apartan y el muchacho que resulta ser diminuto, me presta toda su atención. Yo voy a la carga. “¿Qué te ha parecido el partido? ¿Cómo te han dado tantas patadas? ¿Por qué te dejas, hijo?”. Él iba contestando con un acento fascinante, argentino con mezclas, supuse, de cada lugar donde había estado. La tercera vez que contestó “el fútbol es así”, yo ya dejé de anotar. Comencé a transcribir su parla fonéticamente. Es defecto profesional. Hablaba y mucho. Pero no me parecía aquello cosa de escribir en una crónica deportiva. Además de los tópicos que ya había leído esta mañana-mediodía en la prensa especializada, contaba de la superación de los problemas, de su estatura (juro por Dios que yo ni la mencioné), y de algún capítulo triste de su infancia. Aquello no me iba a servir para el reportaje, pensaba mientras anotaba aspiraciones y eses dorsales, aquello parecía una crónica rosa, amarilla, ¿rojigualda? No sabía nada de periodismo. Ni de deportes, vaya. No obstante, como soy multitarea, transcribí todo el discurso mientras en mi mente ya inventaba el guion de la falsa entrevista que pensaba mandarle al gili del director de la revista.

23:50 p.m. Llego a casa, me descalzo, me sirvo una copa. Invito al joven que me acompaña a servirse lo que quiera mientras me pongo más cómoda. Trato de recordar su nombre. Nada. Metro noventa. Acento interesante, brasileño, creo. Negro. Juraría que jugaba con uno de los dos equipos. Quizás se lo pregunte mañana y lo incluya en la crónica deportiva.

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