domingo, 9 de octubre de 2022

Otro día de verano

Aquí seguimos, sin agua ni para lavarnos los dientes que, amarillos, enseñamos en una sonrisa agradecida por otro día espectacular de verano. Es lo que tiene el sur. Somos felices. Aquí hay miles de gentes celebrando. Celebrando el calorcito del otoño que nunca llega, la música y cervezas y tapas gratis propiciadas por un ayuntamiento que sabe que somos colonia vacacional. El paseo marítimo atestado de familias con críos y perritos, llenando los restaurantes y dando vida a la economía, que importa, más allá de lo bien que se come cuando te hacen la comida y te la sirven en preciosas bandejas (que no has de recoger ni fregar) con una sonrisa en la boca y la alegría que tiene la gente de aquí, aunque estén hartos de currar por el sueldo mínimo. Y ayer... Ayer fue sábado y la noche con una luna creciente que ya dejaba una estela en el mar que costaba no mirar, fui testigo de los jolgorios de grupos de jóvenes, -sanos, como son los de aquí, bien comidos, niños grandes, hijos únicos en pandillas de fraternidad-, de los abuelos que aún van cogidos de la mano, de los que hacen ejercicio con atuendos de portada del Nike Sport Magazine para después poder comer más, de las parejas con o sin niños, que van hasta el Cantal a mirar cómo se pone el sol en un ejercicio de intimidad pública, besos y agarrones y risas y confidencias que todos pueden presenciar. Es verdad, si no llueve y llega el tiempo en que sea todo estar en casa para defenderte de lo que, para nosotros, es un frío insoportable, sabemos disfrutar. Pasear abrazados, saludar a los vecinos del pueblo, amigos del instituto, gente que conociste un día y, ya, como si fuera de la familia, caminar hacia la vista del atardecer en la bahía de Málaga, lejana, o hacia la luna que amarillea antes de que se ponga el sol. No hacer fotos, ni sacar los móviles, salvo para confesar que vas a llegar más tarde porque no te puedes marchar, abandonando la fiesta, despegándote de quien te besa y te escucha, de la música y el aroma de espetos fuera de temporada que te dejan el pelo con olor a vacaciones. Vamos a tener que pedirle agua a los subsaharianos, a los murcianos, a los aragoneses, a los alemanes que, una vez jubilados, se nos meten aquí para no irse, salvo en una caja de pino. Otra cosa no, pero llega el Pilar y todo quisque tiene una mesa reservada en su restaurante de confianza para juntarse con los suyos y celebrar. Beberemos de lo que recojan nuestros ingenios de barro puestos sabiamente en las puertas de las casas para libar el goteo de la humedad y el relente. Nos ducharemos con Lanjarón, echaremos las sobras de la sopa en el retrete, y así, hasta que, desde donde les sobra, nos manden unos cuantos hectolitros de líquido inodoro, inoloro e insípido con los que paliar la desertización. Entre tanto, como la cigarra, vamos de fiesta y hacemos el amor. Cualquier día se nos viene una DANA de esas y nos hartamos de agua, pero hasta entonces, cuesta no disfrutar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si percibo un tibio optimismo o un laxo pesimismo. En cualquier caso: ¡agua y alegría para todos!