sábado, 3 de septiembre de 2011

29 canciones

El mar. Quieto, azul, intenso. Frío. Que mira desde la lejanía y la inmortalidad, encerrando en su vientre el secreto de difusos pasados, de las islas que se tragó, de los siniestros percances, anecdóticas muertes, duelos diminutos. La historia que no vuelve ni se va. Amo este mar. Cuando está calmo y en silencio, me recuerda la paz que las palabras no pueden recrear. Cierro los ojos y duermo. Así es mi paz. Un sueño, un salto a la dimensión real de mi mundo ideal.
Yo vestida de blanco y tú, siempre de negro, me abrazas,  me proteges y vigilas mi sueño en este sueño. Si acaricias mis cabellos con la mirada perdida en lo profundo del mar, y cincelas las nubes a tu antojo mientras piensas en los viajes que no harás, no lo sabré ahí, pero lo sabré al despertar. Si pasas tu dulce mano por mi espada y me besas, deseando que el momento se eternice, lo sabré al volver aquí. 
Duermo durante 29 canciones. Duermo para encontrarte en la orilla, en el muelle, entre rocas suaves y blandas, y saber que nada me sobrevendrá.
Entre capas de ropa y más ropa, mi cuerpo se estremece. El lejano violín, el acordeón, la música que cambia obliga a mi mente a mutar en su estado y la ensoñación corre peligro de evolucionar. 
No quiero soñar. Quiero estar asida a ti, en paz. Pero me despierto y empezamos a bailar. Reímos. Entonces nos miramos y nos entristrece no conocernos. Te toco la cara como los ciegos para intentar aprehenderte y retener quien eres. 
Y otra vez la música: me embarga la paz. Cuento 5, antes contaba 6. Respiro. Te abrazo y, aunque tú a mí no, no te retiras, me hueles el pelo, rozas con tus labios mis mejillas. Siento la voz de Fiona y me aterra despertar. Al fin, creo que me abrazas y de súbito cambia el escenario. 
Estamos en un muelle separados por unos veinte pasos. Yo tengo un regalo entre mis manos. Y tú me observas, triste. El día está gris, húmedo, harto de otoño, de viento, de pájaros huidizos y negros. El cielo nos mira, pesado, agarrotado, con deseos de llover tanta pena. Camino hacia ti, tú no te mueves. Dejo el paquete en el suelo a tus pies y me retiro. Tú te agachas, lo desenvuelves y sacas un viejo y grueso tomo de pasta azul con una iluminación que no logro ver. Desaparecemos del muelle y se pone a llover.
De la mano cruzamos el puente de algún parque de una soleada ciudad. Puede que sea París. Dos tipos, con guitarra y pandereta, versionean 4 minutes warning. Te retengo. Quiero quedarme allí escuchando junto a ti. Un modo de paz. Solo cuatro minutos en un puente que no existe. Dices que vayamos despacio. Y salimos del puente cogidos de la mano. Mis dedos se ven blancos y delgados entre tus dedos. Paseamos aún un rato. Nos sentamos en un prado, nos echamos y me abrazo a ti, sin soltarte de la mano, como una niña.
De nuevo, solo quiero dormir. Temo durante un segundo que tú no lo desees. Pero se acaba mi miedo al notar tu respiración, tu mano, tu hombro. Tu abrazo. Comprendo que estás aquí. Y ya no veo más.

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