sábado, 24 de septiembre de 2011

Doble muerte de Clarisa la Pitonisa



Tengo un amigo que mató a una mujer de Dios. No digo que sea un asesino porque cuando la mató ya estaba muerta, pero vamos el infierno no se lo quita nadie. La víctima era conocida por Clarisa del Carmen Suplicio Ortega y Gasset Vigotsky. Fue una pequeña celebridad. Una gentil dama, alegre y charlatana. Muy charlatana. Tenía innumerables capacidades espirituales; pitonisa, médium, adivina y curandera; harto conocida por su proverbial labia y su innata capacidad de autobombo. Entraba en trance que era un espectáculo y, claro, le dieron un programa en la televisión local. El programa duró tres meses. No se supo por qué. Alguna verdad diría que a alguien inquietaría y ya se sabe como son los de las altas esferas: es levantar un teléfono y antes de marcar siquiera, han despedido a alguien.
En fin, Clarisa del Carmen nunca hablaba de eso. Pero de otras cosas no paraba de hablar. Se pasaba el día de visita dando consejos y dejándose invitar a almorzar, a un café, a merendar, a cenar y ya, si no le ofrecían acompañarla a casa a altas horas de la madrugada, se acomodaba donde fuere que igual le daba un sofá, la cama del anfitrión con prerrogativas naturistas e incluso compartir el lecho conyugal de vecinos, amigos y cuasi desconocidos que por tanto ya dejaban de ser desconocidos. 
Se dice que algunos dejaron de abrirle la puerta cuando venía a sus casas. Que con los años se había vuelto insoportable. Hablaba y hablaba sin parar y jamás prestaba atención a nada de lo que los otros trataban de explicar. Les leía el futuro sin que lo desearan y contactaba compulsivamente con muertos y vivos sin su permiso, en el modo más impertinente que se pueda imaginar. Llegó a convocar al alcalde para que le arreglasen su calle. Y trató de hipnotizar a varios policías municipales para que le quitasen las multas. No dejaba de meter baza. Aconsejaba a las mujeres que no fuesen fieles a sus maridos, que se resistieran a tener sexo convencional y aburrido, que no quitaran el polvo ni fueran a trabajar. Y otras cosas igualmente extrañas e intolerables. Últimamente a muchos señores a los que no conocía de nada les llegó a decir que debían aceptar su lado femenino y "salir del armario" que lo leía en sus manos, en el aura violeta que les rodeaba y que solo ella era capaz de ver.
La verdad es que mi amigo no dejaba de fantasear con matarla. Pero llegó demasiado tarde. Aun así, excepto a mí, a todos les contó que fue él quien la ajustició. Que se la cargó, la liquidó, la silenció, la aniquiló. Estaba tan eufórico que se le fue la cabeza. ¡No me importa!, gritaba. ¡Qué todos lo sepan! 
Yo temí por él. Pensé que lo encarcelarían y no lo volvería a ver. Mas no. Que va. Nada de eso llegó a ocurrir, jamás pisó una celda ni nadie vino a buscarle y a pedirle cuentas por el crimen que no cometió aunque abiertamente se atribuyó. Al contrario, tan pronto como la voz se corrió, la gente de forma anónima le enviaba paquetes con viandas, vinos y botellas de licor. Incluso el jefe de la policía le proporcionó una coartada y el alcalde le dio las llaves de la ciudad.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Precioso.
Un derroche de lirismo y con un poder descomunal de posesión del lector.

Pilar dijo...

... y una muerte muy celebrada :)