martes, 6 de septiembre de 2011

Fallo cardiaco

Sudaba como un cerdo. Un cerdo nervioso. Un gran cerdo. Un cerdo alto, con una cabeza enorme, de dimensiones gigantes. Ancho y grueso. Piernas abiertas. Manos como zarpas. Le pasé papel secante, un abanico, varios refrescos. Le soplaba cuando no me miraba. Me rechazó con ira y le obsequié con una sonrisa dulce como Palma. 
Yo habría querido moverme, salir de los vapores que emanaba, del miedo que me daba, del diminuto espacio que me dejaba. Por un momento a mí también me faltó la respiración. 
Al fin, el avión tomó tierra. El trémulo coloso me pasó por encima, pisándome, y se apresuró afuera a empujones y trompicones. Yo, aliviada, me acomodé unos minutos mientras todos sacaban sus bolsos de mano, sus cajas de regalos, sus abrigos y bufandas y salían en innecesaria y apretada fila, como corderos que escapan del matadero. Salí la última, despacio. Dediqué a las azafatas un gesto amable y les di las gracias. Al bajar las escaleras: un último obstáculo del que nadie se preocupaba. El cuerpo del cerdo caído en el suelo, cual alfombra roja que yo pisé con placidez y gracia para seguir mi camino como habría hecho cualquier ciudadano de bien.

2 comentarios:

Pine Apple dijo...

Me atrevería a decir que eso lo ha inspirado una entrevista que ha salido en el Diario de Mallorca. Yo también he fantaseado con historias varias pero ninguna ha llegado a término:D

F dijo...

Qué bien escribes, joía. El primer párrafo me parece impecable así como la última frase.
Un beso