lunes, 12 de septiembre de 2011

El submarino

Agosto 1994. Submarino Kursk. Mar de Barents.

Primera inmersión del submarino más caro de la flota soviética.
Abordo 118 marineros: 104 rusos, 14 ucranianos.
Dimitri Korolev, comandante de la nave, y Vladimir Ivanov, segundo de abordo, tomaban un descanso acompañado por un trago de vodka Stolichnaya en vasos helados mientras cambiaban impresiones sobre la tripulación. Ambos coincidían en que era inmejorable. El cocinero también les parecía óptimo y se sentían afortunados de tenerlo con ellos durante las tres semanas que iban a estar sumergidos. Solo una cosa extrañarían. Las mujeres. Dimitri Korolev confesó que su predilección eran las polacas, cuando aún eran jóvenes, claro está. Vladimir Ivanov, con el debido respeto a un superior, le señaló que aquello podría considerarse una afrenta a la mujer rusa.
El comandante Korolev sonrió con ironía, miró fijamente al joven Vladimir Ivanov al que ya notaba cierta euforia causada seguramente por el vodka y el éxito de su primera misión.
-Dígame, amigo Ivanov, con sinceridad, cuál es su preferencia. Queda entre este profundo mar helado y nosotros; no hay que mostrarse falsamente patriota ni fingirse ortodoxo.
Tras un largo silencio y varios sorbos de Stolichnaya, Vladimir Ivanov susurró:
-Dimitri…
Nada más. Nada menos. El comandante lo supo. Se dio cuenta súbitamente de que ya lo sabía: su simpatía y compenetración era algo más que fraternal compañerismo.
Vladimir sintió una profunda vergüenza. El calor de sus mejillas hizo brillar sus ojos azules. Apretó de rabia el vaso en su puño y el cristal explotó en mil pedazos. Algunos pedazos se clavaron dolorosamente en la mano pero no sentía más dolor que vergüenza.
Dimitri Korolev se había inclinado sobre la mesa, los ojos fijos en la mano que goteaba sangre y vodka, y en la mezcla que en el piso formaba un charco rosado que olía dulce y fuerte. Sin dejar de mirar el suelo, acercó sus labios a los de Vladimir Ivanov y le besó. Primero, tierno y suave, acarició su pelo; después, los besos fueron más largos, recíprocos, acompañados de cierta impaciencia preñada de suspiros. Las camisas empapadas en vodka y sangre y lujuria.
El episodio se repitió cada noche durante las tres semanas que duró la misión con variantes nimias que apenas vale la pena relatar.

2 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Un relato simplemente magnífico.

Pilar dijo...

Gracias, R.