miércoles, 22 de febrero de 2012

Escarmiento de Paranoia

Muchos no me han querido y ya trataron de matarme otras veces. La tercera vez que, de modo fallido, se atentó contra mi vida tomé precauciones. Ahora era prácticamente imposible matarme. Salía disfrazada a la calle, no comía nada que antes no hubiera probado algún inocente, no acudía con regularidad ni con puntualidad a ningún evento; cambié mi nombre, historial médico y nacionalidad. De hecho, perdí numerosos contactos. Uno de ellos fue una lástima, pero al cabo supe que le importó un bledo así que tampoco fue tanta la lástima. 
Al fin vivía algo más tranquila. Con un pseudónimo, trabajaba en casa y me tumbaba en la azotea del edificio donde tendrían que, primero, encontrarme y, luego, dispararme desde un helicóptero para matarme. Así las cosas, ya más relajada, menos preocupada, ausente el dolor que causa el miedo a la muerte inminente, pude concentrarme en vivir. Y un día incluso me aventuré a salir con mi nuevo aspecto, mi nombre nuevo y en aquella nueva ciudad, lejos. Cuidándome siempre de no volver a juntarme con locos.
Para ello, i.e., excluir a los majaras de mi eventual futuro círculo social, hube de desarrollar una herramienta de detección de locos que pudiera servir para cualquier ente humano fuera cual fuese su raza, sexo y religión, método asimismo infalible, inocuo e imperceptible. Me llevó algún tiempo, pero, por supuesto, lo logré. Un cuestionario que, de modo disimulado, se colaba a modo de casual conversación y unas muestras fotográficas cuya visión produciría una manifestación en el objetivo del test que, de modo claro, me diría a qué tipo de personalidad me enfrentaba. No abundo en datos específicos de este método pues aún no lo he patentado y todos los psicólogos son unos cretinos y unos plagiarios.
En fin, tras algunas entrevistas de tipo exploratorio, y pasados seis meses, encontré a un posible amigo cuya mente no sufría ningún tipo de enajenación ni su alma ocultaba un ápice de maldad. Y encima su belleza interior se corroboraba con la exterior, moviendo a mi persona a una tendencia natural y genéticamente heredada de querer propagar la especie brutalmente con él. Y, aunque mi inteligencia me hacía evitar por todos los medios el quedarme preñada, mi cuerpo entero gritaba que habría de ayuntarme con aquel alma perfecta, aquel hombre sano, aquel bellísimo ejemplo de ser humano. Entonces, como se dice vulgarmente, le entré a saco. Sabiendo como sabía que no quería matarme y que no era un enfermo mental, según el por mí bautizado test de Mora, me acerqué a él con la idea inevitable de que me procuraría grandes placeres en el plano carnal.  Supe entonces que se dedicaba al periodismo, gran decepción que no hubo de ser impedimento para que lo invitase a casa y le ofreciera una copa, unos entremeses y a mí de postre, de modo que nos acostamos con un resultado de "satisfactorio" a "muy satisfactorio" por mi parte y "excelente" a "quiero repetir mañana" por la suya. Se puede decir que nos hicimos amantes, pues lo que en principio no iba a pasar de una noche, se repitió y prolongó en el tiempo, hasta que un día en que tuvimos oportunidad también de hablar le pregunté si no pensaba cambiar de trabajo, que los periodistas eran todos unos cretinos y unos plagiarios (sí, ya, siempre digo lo mismo). Él me repuso que sí. Que le bullían miles de posibilidades en su cabeza, la más plausible meterse en política. Fue escuchar eso y tener que ir al baño. Y él debió darse cuenta de que mi actitud para con él radicalmente cambió pues le pedí que se vistiera, le empujé hacia la puerta y ya no lo volví a llamar más pues asumí que, como todos los políticos son unos corruptos y si no lo son lo serán, al final mi amante se convertiría en uno de aquellos monstruos de los que yo trataba de escapar.
Pasó entonces algo con lo que yo no contaba. Él comenzó a llamar y llamar, a mandarme mensajes, cartas, bombones y flores por mensajería. A asomar por el portal. A acechar desde la esquina de mi calle y suspirar. Supe después que cuando no me estaba acosando, se dedicaba a la política, con lo que lo que pasó al final no es de extrañar.
Un día que había subido con gafas de sol a la azotea a templar mi pálido cuerpo con unos escasos rayos de sol y ya, cansada de leer y de retozar en la tumbona, bajé perezosamente en el ascensor y penetré en mi apartamento, limpio como una patena, estaba él sin haber sido invitado. No le pregunté cómo había entrado porque para qué, ni le pregunté qué quería porque para qué, no le dije que se fuera porque para qué y mientras me besaba le di una patada en los huevos sin avisar porque para qué. Tras retorcerse de dolor y quejarse e insultarme durante unos minutos, se repuso y me mató. Los detalles escabrosos me los ahorro, porque para qué. Sin más que sus manos, me quitó la vida. ¡Con todas las precauciones tomadas por mí, tras marcharme y solo buscar la compañía de personas sanas y cuerdas!
No me voy a quejar porque para qué. Aunque en verdad me cabreé mucho cuando me vi muerta, tomando decisiones burocráticas. Desde luego, en la próxima vida, no seré tan precavida. Ahora, ando en el vestíbulo del Purgatorio donde nos someten, a los que lo solicitamos, a un casting a ver si nos dejan entrar ahí o nos entregan directamente a Lucifer y sus torturas por un tiempo limitado tras el que nos mandarán de nuevo a la Tierra. Vueltas y más vueltas. 
Desde aquí ya les confirmo que no existe el infinito ni en la imaginación ni fuera y que las almas son limitadas y reutilizables. Así que me acepten o no en el Purgatorio, tarde o temprano volveré. Segurito que me lo monto mejor la próxima vez: me mantendré lejos de psicólogos, políticos, periodistas e historiadores. E igual me meto a poli.

4 comentarios:

Calamardo dijo...

No voy a hacer ningún comentario, ¿para qué?. :P

omar enletrasarte dijo...

controvertido, pero da para pensar
saludos

Pilar dijo...

Un abrazo para cada uno :)

El viajero arrinconado dijo...

Desde el colegio de psicólogos y el de periodismo le avisamos que tiene interpuesta una pedazo de denuncia por insultos varios, pero no hace falta que se persone en los juzgados, porque para qué...(vale, hemos plagiado, como no podía ser de otra manera)