domingo, 15 de abril de 2012

Hasta el último aliento. Frivolidad, folclore y posmodernidad en el Sur de España



Madonna-Edvard Munch


Entre luces brillantes que parpadeaban a su paso, conducía con los ojos entornados y la cabeza empezó, de nuevo, a molestarle. Quedaba un trayecto de poco más de media hora hasta llegar a casa —nada le apetecía menos—, pero en la carretera las luces de los otros vehículos, las farolas y los anuncios iluminados le hacían daño en las pupilas, que llevaba húmedas. Su visión no era la idónea para la conducción.
No era una persona aplicada, no era una persona estricta y cumplidora de rituales, reglas y normas viales, pero era suficientemente inteligente como para aumentar su concentración y poner todo su esfuerzo en conducir con cuidado hasta llegar a su destino sin tener o provocar un accidente de tráfico.
Fue la media hora más larga. Cuando llegó, la cabeza le estallaba, la luz le hacía daño. Las piernas a duras penas le permitían dar los veintisiete pasos que la separaban de la puerta de su apartamento, y las manos flaquearon al meter en varios intentos la llave y girar para hacer que la puerta se abriese y le permitiese desplomarse allí mismo en el vestíbulo, sobre una alfombra de Ikea y bajo una lámpara de Ikea, junto a los percheros repletos de Ikea y un banco-zapatero monísimo de Ikea.
Era un recibidor amplio, en comparación con los que suelen hacer en los pisos de ahora donde cada centímetro se planifica para ubicar una nueva habitación y así aumentar vertiginosamente el valor del inmueble. Allí en el suelo de la entrada de casa, con el bolso colgado, y el abrigo puesto, las llaves en la mano derecha, pensaba en la distribución del apartamento, que tras muchas discusiones se había quedado ella y le había logrado la enemistad de él y de toda su familia (exfamilia) política.
Ahora, como una maldición o un acto de justicia poética, su enfermedad se había agravado y no había nadie en casa para socorrerla. No podía moverse y el teléfono quedaba tan lejos. Y tenía que ser precisamente ella de las últimas personas del mundo que habían renunciado al dudoso lujo de tener un teléfono móvil así que en el bolso, más allá de unos chicles sin azúcar, poco más la podía asistir. Si al menos llevase las estampitas de la Virgen pero ni a eso quiso nunca asirse.
Nada ni un leve sonido llegaba ya a sus oídos. Eso era muy raro. El estómago se había declarado en rebeldía y ni así tendida se libraba de la sensación tremenda de vértigo. Ya sabía que en esa situación su cuerpo no le permitiría que gritase pidiendo auxilio, ya sabía que la tensión baja y el azúcar baja conducían a un túnel donde al fondo, según decían, había una luz. Y recordó a los insectos idiotas de Bichos: ¡No vayas a la luz! Su “cultura” posmoderna aún tenía capacidad para lograr el ridículo hasta en el momento de su muerte, que era tan absurda como lo había sido su vida.
Pensaba quieta. Pensaba cada vez menos agitadamente. No recordaba la ropa interior que llevaba puesta. Ojalá sea el conjunto salmón y las medias de ligas negras. Trató de mirar hacia abajo, adonde sus pies portaban sus zapatos pero su cabeza no se movió.
Así, poco a poco, apagándose, notaba que se le iba la fuerza y fue consciente de que sus últimos esfuerzos intelectuales habían sido una referencia a una película de Pixar, un leve alivio al recordar que se había depilado el día anterior y una preocupación por lo que pensaran los enfermeros, médicos, forenses y quizás también los funerarios que la amortajarían dentro de poco.

3 comentarios:

Calamardo dijo...

Hay relatos que desmitifican los considerados grandes hechos de la vida, y morirse al igual que nacer es irremediablemente uno de estos hechos; este morirse mientras se piensa en gag de una película de Pixar tiene su punto de humor negro, pero también tiene su punto de reflexión existencial, es un final sin significación cómo es la mayor parte de nuestro tiempo.

Sin ánimo de desmerecer al texto, me ha impresionado mucho el cuadro que lo acompaña. Las artes plásticas me suelen dejar bastante frío, pero este cuadro me parece muy hermoso, diría que tiene algo de hipnótico. Muy bien elegido.

omar enletrasarte dijo...

no me explico como pudo pensar tanto en las apariencias, cuando estaba dando sus últimos alientos,
un genial relato
saludos

Pilar dijo...

Gracias, Omar.
Gracias, Antonio.
Besos