Hastiado, Hades se peina las llamas en el
momento en que el latido del shofar se le impone. ¿Quién piensa que es ese que sopla el cuerno para convocarme
a Mí? Pero es tiempo de Audiencia y el dios rico se sabe tan falto de libertad
como un mortal. Su destino es acudir cuando suena el cuerno, y comparece en la Planicie como el esclavo de su suerte que es. Los
asuntos del Inframundo le aburren, siempre se trata de lo mismo: juzgar a los difuntos que arriban a su reino; raramente, gente que quiere entrar; otros que son atrapados tratando de huir. La sesión es larga e infernal, una rémora de la eternidad. Qué fastidio.
Al fin, el turno llega a un joven muy hermoso
que, precisamente por ello, logra la atención de todos; por primera vez en la anodina
audición, reina el silencio. Curiosos los testigos, algo turbados los jueces,
Hades en su sillón de ébano,... todos atienden al muchacho que habla consumido
por el dolor, afligido, extraviado como si ya hubiese perdido su alma. La
enésima criatura desesperada, que lo ofrece todo, que no pone
límites, que gime amargamente: ¡Toma mi
sombra, mi vida, mi ánima!
Hastiado, Hades se peina las llamas. Mira
al desdichado loco que se piensa enamorado:
—Ánfora llena de lágrimas, ¿por qué me
ibas a interesar? Tengo demasiadas almas, demasiadas lánguidas e
insignificantes almas.
Hades posa su mirada en la orilla estigia, lejana, casi percibe el olor nevado, el rumor suave. Cómo añora el gélido viento del invierno. Qué largo el verano, que ocupa el año entero. ¿Qué puede saber un imbécil de Amor? Desprecia el dolor del caprichoso mortal ingenuo que ya llora.
Hades posa su mirada en la orilla estigia, lejana, casi percibe el olor nevado, el rumor suave. Cómo añora el gélido viento del invierno. Qué largo el verano, que ocupa el año entero. ¿Qué puede saber un imbécil de Amor? Desprecia el dolor del caprichoso mortal ingenuo que ya llora.
—Serás una vasija vacía cuando derrames
todas esas lágrimas. ¡Triste plañidera!, si tan solo conocieras un daño
intolerable...
La sacerdotisa, que se había mantenido entre
las columnas del atrio de fuego, interrumpe. Hades no puede nada contra Sibila, enviada por Zeus. La sacerdotisa en su toga de modesto lienzo blanco, siempre descubierto el seno
izquierdo bajo el que late un corazón humano.
—Resígnate—, le dice. No siente
simpatía hacia el muchacho pero se dirige a él con dulzura:
—Debes saber que jamás
se ha inventado algo tan imperfecto: ¡el amor dura tan poco! Esa felicidad
intensa y dulce es efímera por naturaleza. Después, queda la nostalgia y la
sensación de falta de aire, un leve ahogo, un daño en el pecho, a veces
intolerable. Es lo que has de sentir, pues no estás muerto. ¿No era tu amor
tan grande? Entonces, eso que sientes, esa añoranza, ese dolor por la ausencia
de una atención que perdiste sin razón es
proporcional a la plenitud del sentimiento.
»Ahora dime, ¿eres tú uno de esos
enamorados trémulos, con miedo, con angustia, que han perdido la voluntad? Tu infelicidad se ha de tratar como un vicio cualquiera. No
eres más que un ser débil que no tiene el valor de resguardarse para temblar
hasta que el cuerpo se habitúe a la carencia de esa droga que bebiste para tu mal. Resígnate,
te digo. Y deja de llorar.
»Debió de ser de un dulzor deslumbrante, embriagadora música, perfecta poesía. No lo dudo. Y ahora te tortura la sombra del recuerdo. No lo dudo. Te compadezco, mas piensa que sentiste
felicidad. No tan solo un suave reflejo de alegría, un tenue calor en la espalda desnuda, la caricia de un sol invernal. No. Tú ardiste en la ventura y el goce. ¿Quién de los
presentes ha tenido tanta fortuna? Debes considerar que perder es parte del juego al
que jugaste.
»Has de simular: sé cabal: hasta
que de fingirlo sea realidad. En tanto, toma pronto otra amante. Ora a los
dioses, si te consuela, y bebe vino fuerte en la noche; haz de tu pena un
secreto, si en verdad eres un hombre. Márchate, hermoso joven, vuelve arriba pues lo invisible aún no requiere tu alma.
Hades suspira: "Está bien por hoy". Se levanta y se dirige distraído en sus pensamientos al Palacio. El joven se demora aún un tiempo. La Sibila se acerca y le susurra: "La próxima vez acude a Tánatos"; da media vuelta y se aleja.
Hades suspira: "Está bien por hoy". Se levanta y se dirige distraído en sus pensamientos al Palacio. El joven se demora aún un tiempo. La Sibila se acerca y le susurra: "La próxima vez acude a Tánatos"; da media vuelta y se aleja.
Sacerdotisa de Delfos-John Collier |
1 comentario:
El parlamento de la Sibila es bueno, me lo llego a creer. Y el comentario irónico final redondea el cuento.
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