domingo, 8 de mayo de 2011

For the later parade




Hoy de nuevo las nubes parecen las hojas de un libro que se derrite entre llamas azules. ¿Cuántos libros quemaríamos tú y yo para calentarnos del frío? Y sé que no piensas en mí ahora. Sé que no piensas en mí casi nunca. Que tu rutina es una realidad aplastante con la que briegas y los juegos de palabras son solo eso. Juegos.

La brisa cálida me hace daño. Y el atardecer tan largo de la primavera. Parece que el día no acabe. Los colores son suaves, indescriptibles, alegres y dulces. El mar se va tragando el celeste, el azul, el rojo, el naranja; puede con todo: nubes y cielo entran por la línea de plata que cada vez parece más un hilo azabache de hielo.

El Este es una oscuridad plena de luminarias. El Oeste, un hilo de hielo. El tiempo se escapa por esa línea, pesadamente, como un recluso con una cucharilla, que hace un túnel por el que se escurre como gusano. Lo que ocurre es que cuando sale al otro lado, el tiempo ha pasado. El tiempo tremendo ha pasado. Una hora, cinco minutos, dos días. Diez años. Veinte años. Ahora todo está oscuro, el sucio galeote mira el cielo estrellado y ve lo mismo que yo veo.

La luna como una sonrisa que te escupe su eternidad desde el cielo. La sonrisa del gato de Cheshire que se lame sin prisa ni escrúpulos encima de un árbol. Invisible. Inmortal.

Y él, viejo y dolorido, polvoriento. Desorientado, asustado, arrepentido.

Y yo, sola y culpable, te recuerdo. Desorientada, asustada, arrepentida.

Oigo un levísimo crujido: alguien pasó página.

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