jueves, 26 de mayo de 2011

Miriam y el escritor de relato breve



1. Proceso metaliterario y nacimiento de Miriam

Ayer fue una espesa niebla. Mañana una muerte segura. Hoy acaba de empezar con angustia, decepción y miedo. Así, como todo maniaco depresivo he decidido explotar mi hipersensibilidad a las mundanas cosas y hacerme poeta o, en su defecto, novelista o si, al cabo, no tengo paciencia ni doy para tanto, cuentista o, en ultimo caso, ya en el colmo de la falta de fuerzas, autor de relato breve. Ahí estoy yo, delante del teclado. Escribo.

La naturaleza muerta entra por la ventana a ráfagas / y me alcanza como la furia de la metralleta; / no todo son hojas secas empujadas por el fuerte Poniente, / algunos proyectiles parecen insectos vivos / que se estampan como balas en mi pecho desnudo.



Menuda porquería. Esto no es poesía. No sé distinguir la poesía de una receta de pollo al chilindrón, con sus comas y sus tildes, pero sé que esto no es poesía. Ni rima ni emociona ni tiene ritmo ni nada. Pienso que, como ya sospechaba, yo de poeta no tengo madera; no estudié ni leí poesía, ni conté sílabas y apenas sé distinguir un verso de una frase acabada por un enter. Asonante mejor que consonante, libre mejor que cualquier otra cosa. La métrica no está de mi parte. Los símiles y las metáforas tampoco son lo mío, nada me sugiere nada. No hay un ciego polvoriento de aliento fétido y seguramente borracho soplando a mi oído cual musa hecha a mi medida. No hay belleza efímera y relativa que yo pueda cantar, ni amor que yo haya sentido, ni deseo carnal que me hubiese dejado una huella tan profunda que por días no pudiese ni respirar. No. No era poeta. Pero quizás pudiera ser prosista. Mil historias eran posibles motivos para sentarse ante un teclado, fumando y tomando cinco mil cafés, ausente del mundo; excusa más que suficiente para no salir como el resto de vecinos, para no acudir a entierros, bodas y bautizos; ahorrar en regalos y en ropa nueva. Alimentar mi fotofobia y mi agorafobia y mi misantropía. Comienzo de nuevo:
 
La entrada del metro estaba atestada de gente, casi era imposible avanzar pero ella iba tarde. Aquella era una cita a la que no podía faltar. Comenzó a empujar a los que la rodeaban, perdón, disculpe, paso, que mancho, disculpe... Llegó casi por milagro (¿de o por?, es "de milagro", seguro, segurísimo. Bueno, sigo; ya lo corrijo más tarde). Llegó casi de milagro. Y ya cerrando las implacables puertas del vagón, entró justa para llenarlo por completo. Dentro lo de siempre a hora punta. Multitudes multicolor y olores variopintos en que se mezcla el sudor ácido, el perfume barato, el aliento a alcohol mañanero y quizás un levísimo y afrutado aroma a ámbar. Entre el calor y las náuseas, Miriam salió de allí despeinada, lívida y mareada. Pero no tenía tiempo: debía llegar a donde tenía que ir a una hora que se aproximaba más y más rápido.
Paro a descansar. Estirar las piernas. Fumar, tomar café y pensar dónde diablos va esta tía y qué va a pasar después. Ahora que lo pienso la poesía es más fácil. Al menos podría acabar aquí y nadie lo notaría. Vale, vale, no me quiero desconcentrar. Mujer de treinta y tantos años, con prisas, en una gran ciudad, hora punta, desesperada por llegar a... ¡Claro! En época de crisis, esta va a una cita laboral. Nunca ha trabajado, de ahí los nervios; es ama de casa y tiene hijos y se encarga de todo, de ahí que vaya tarde. Pero por qué ahora, a esta edad y con tanta desesperación necesita el trabajo. Su marido se ha quedado en paro. O ha muerto o, mejor aun, se ha suicidado por lo que no cobrará ni un duro del seguro. Está sin blanca y tiene hijos. Sí. No es muy original ni interesante. La enésima historia de "mujeres contra el mundo". Y además esto acaba antes de empezar: me aburro.

Vamos Juan, no te puedes dar. Síguela, hombre. Vamos. A ver ¿el trabajo? No sé de qué va a ir el trabajo. ¿Secretaria administrativa de una filial de Telefónica? Sí, puede ser. Un empleo entre un millón, mal pagado, requiere conocimientos de informática y algún título de empresariales, cartas comerciales. Un empleo que probablemente no va a conseguir, porque no está cualificada, porque tiene hijos y porque hay competidoras a patadas, más jóvenes, mejor formadas y más guapas. Abreviando, no consigue el trabajo. Vomita en la papelera con el olor a ámbar agarrado en la garganta. Sale de allí y en el ascensor ve cómo la mira un tipo bajo, gordo y calvo, sudoroso para más inri. A Miriam se le enciende una bombillita en su interior (¡metáfora!) y le sonríe con picardía. El señor pulsa el botón de emergencia y se baja la portañica y en un decir: "No es una pelusa porque se mueve", la mujer consige 100 euros y un cliente fijo.


Leila Ourzik
La verdad es que así me gusta más. Se hace prostituta pero no es tan sórdido como pueda parecer. A ella le va bien. En cualquier caso, a mí esto no me da para una novela. Quizás un relato y más bien cortito. Podría alargar con las rememoranzas de la mujer, mientras hace felaciones por doquier en ascensores de todo Madrid. Las rememoranzas de... de... de... deee las causas del suicidio de Fermín, su difunto esposo. Sí. Justo porque la pilló, --¿demasiado evidente?--, chupándola a su querido amigo y vecino recién enviudado en el rellanillo del portal. Cosas que pasan todos los días. Lo que interesa aquí es que esta acción concreta de nuestra protagonista determina su futuro y la culpa hace que lo asuma con tal naturalidad y serenidad que la historia se abre con angustia y se cierra con placidez. Sí, sí. No da para una novela. Eso seguro, pero un cuentito podría salir. No largo, mediano, bueno un par de páginas. Quizás solo una. Pero eso ya me justifica ampliamente como escritor, creador, artista, persona digna de ir a la radio y hablar sobre Literatura. Mi Literatura.

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2. Después de crear. De la satisfacción a la frustración  

Les contaré lo que ocurrió con posterioridad a lo arriba narrado. Lo que podríamos denominar postproducción o cuando el texto literario se convierte en target.
Conviene advertir que ante todo es una sincera reflexión en la que desnudo
cuestiones que siempre quedan silenciadas por una especie
de pudor del que carezco.


Solo restaba escribirlo. El resultado se lo ahorro: no es ni más ni menos que un leve desarrollo de la historia que antes les conté. Mandé el relato que, al fin abarcó tres páginas, a concursos, revistas y publicaciones on line, que son menos exigentes. Pasaron meses y meses y meses y meses. Y nadie me contestó; se fallaron los concursos y ni me mencionaron; se publicaron las revistas y nunca me incluyeron; se cambiaron los blogs de lugar y las mismas personas publicaban siempre sus historias entre las que jamás tuve el honor de ver mi cuentito.

Yo no me rendía, no me rendí. Ni me rindo ni me rendiré. Sé bien lo que pasa. Somos más los que escribimos que los que leen, hay una cierta endogamia en este mundo, y, sobre todo, me falla el nombre. Juan Fernández. Es que no dan ganas de leer. Necesito un pseudónimo, algo llamativo e intrigante. Y un título que atraiga a los lectores, perdidos entre las miriadas de relatos, relatitos y relatillos que les llegan por doquier además de las crónicas periodísticas que empiezan a cruzar todo límite con otros géneros y levantarnos lectores de manera infame y descarada.

La verdad es que el título es importante, pero lo es más el nombre del autor. Jardiel Poncela, no podía ser; Marco Denevi, tampoco; mejor algo extranjero. Fate, me gusta ese nombre, se lo tomo prestado a un personaje de un libro que leí entero (no sé ni cómo). ¿Fate García Márquez? No. Fate Rulfo. No, eso queda fatal. ¡Fate Jackson! Sí. Me gusta, parece que estuviera emparentado con Michael.

Ahora el nombre del relato: "De cómo Míriam acabó comiendo cientos de...". No, no, no. Eso es una vulgaridad. Atraería a lectores, no digo yo que no, pero me encasillaría demasiado en un género que no estoy seguro que pudiera continuar. ¿"El talento de Míriam"? ¿"Mil modos de ganarse la vida"? No, no. Demasiado cínico. No pillarían el chiste. Me pondrían verde todos, los progres, las organizaciones de mujeres, los colegios católicos. Mejor algo poético: "Míriam y el interminable campo de nardos". O pretencioso: "Crimen y castigo" (creo que ese ya está cogido). O misterioso: "Del sorprendente final de una triste ama de casa". ¿Moralista?: "La redención de Míriam". O benevolente: "Maté una vez a un gato...".

Demasiadas posibilidades y una ligera astenia primaveral me colapsan. Si alguien tiene una idea, por favor, sugieran. Yo ya estoy agotado de tanto pensar.

2 comentarios:

Pilar dijo...

El autor de este relato (anónimo de pies a cabeza) no se hace responsable de lo que puedan decir o hacer sus personajes o los personajes de sus personajes o los personajes de los personajes de sus personajes.

Riforfo Rex dijo...

"Miriam lo sabe". En plan mujer fuerte que en cuentra su destino.