domingo, 22 de mayo de 2011

Una casa encantada o Génesis de una pop star

Francisco García tuvo que desmantelar su negocio. Cosas de la crisis. Mala suerte. El hombre en un gesto desesperado cometió una ligera ilegalidad sin importancia cuando decidió utilizar como almacén temporal una casa, abandona desde hacía décadas, en las cercanías de la vivienda de sus suegros a los que, todo hay que decirlo, adoraba. Empaquetó con cuidado la ropa que tenía en stock, así como los sombreros, paraguas y calzado. Sobre las cajas, dispuestas en una de las habitaciones con menos humedad, colocó unas 40 capas de plástico para aislar el contenido y evitar que se estropease su mercancía. Esperaba el bueno de Paco poder pagar pronto los plazos pendientes de la hipoteca y recuperar su local. Entonces volvería a por sus cajas y dejaría todo como los chorros del oro.
En un gesto de última hora, decidió conservar el maniquí. Al principio no se lo pensaba llevar, pero después, incapaz de dejar nada atrás, volvió a por él, lo cargó en la furgoneta y regresó a la casa. Aunque era tarde y en aquel barrio no se solía ver ningún transeúnte de noche, pues era una urbanización tranquila de personas de bien que nada tenían que hacer a esas horas en la calle, Paco percibió un par de sombras al fondo que se acercaban. Por eso, tuvo que darse prisa y lanzó el maniquí en la entrada del salón y salió disparado.
Una tarde, pocas semanas después, el pobre Paco fue arrollado por un camión de SEUR que iba a 180Km/h en una zona de 40. Nada sorprendente. Nada extraordinario. El conductor, un temerario muchacho de 18 años con contrato basura, explicó que era una entrega urgentísima pero aun así lo encarcelaron sin fianza. Después pasó una eternidad esperando el juicio. Hasta ahí puedo contar. Tras ser atropellado, Paco se murió absolutamente aunque no en el acto. Sin embargo, sé cierto que, cuando se lo veía venir, en su fuero interno sintió un inmenso alivio y vio en ello una solución a tantos problemas que lo acuciaban, acosaban y angustiaban.
Pasaron varios años. La casa seguía abandonada y empezó a mostrar un aspecto algo lúgubre y sospechoso, al menos para el imaginario colectivo y principalmente para los chavales del barrio que se dedicaban a rondar y apedrear jovialmente los cristales y hacer deliciosas pintadas que ellos orgullosos denominaban grafitis.
Un día, envalentonados por unos litros de algún tipo de sustancia cuya etiqueta rezaba GIN, decidieron entrar. Algunos podríase decir que estaban ciegos perdidos, otros solo borrachos y los menos tenían un alegre puntillo. Así que como una escuadrilla de guerrilleros urbanos, los chicos forzaron sin dificultad la oxidada cerradura y la puerta cedió con un chirrido.
Como era de noche y la casa no tenía electricidad tardaron un poco en hacerse a la oscuridad. Pero al cabo de un par de pasos, se toparon con un ser mitológico que de haber estudiado habrían entendido como Medusa pero como se pasaban el día con los video juegos y ante el televisor y jamás habían leído un libro, pensaron que era una de Resident Evil. Los chiquillos como es normal salieron despavoridos, dejando la puerta de la casa abierta. Y a la mañana siguiente, como también es normal, se lo andaban contando a todo quisque en el barrio, el instituto e incluso en casa, siempre evitando la mención al botellón previo a los hechos del día de autos.
Por fin, a petición de una de las madres más chillonas que uno se pueda figurar, la policía con la preceptiva orden de registro, visitó la casa. Ni rastro del zombi, mucho polvo, telarañas y unas cajas llenas de ropa en el cuarto trasero. Ni ratas había. Ni una triste cucaracha. Los chicos se lo habían inventado, sin duda. O bien habría ocurrido un fenómeno de psicosis colectiva que causó una alucinación momentánea. Dos visitas semanales al psicólogo, para cada chico. Tranxilium 50, para la mamá. Y caso cerrado. Así será el futuro: psicólogos y Tranxilium, Tranxilium y psicólogos. Y barrios tranquilos. Normalidad. Paz. Concordia. Orden. Buenos modos. Aunque siempre podía haber alguna excepción. De hecho, algún tiempo después de ese incidente, uno de aquellos muchachos viendo en la MTV un vídeo de una tal Lady Gaga sufrío un ataque de nervios, una crisis de ansiedad y un episodio de histeria tras el que sin remedio se le tuvo que internar. Lamentable. Insistía a voz en grito en que había visto al zombi de la casa encantada en la tele, cantando fatal.

2 comentarios:

Pine Apple dijo...

¡Jajajajaja! Ni con el título me lo esperaba.

Julio Genissel dijo...

Muy bueno, me gusta el condimento de incoherencia y locura del relato. Un abrazo