lunes, 16 de mayo de 2011

Memorias de una empirista

Semper liberis

Hace muchos años pasó por aquí un barco de la Argentina. En aquella época, yo era joven y flexible y andaba en búsqueda del Conocimiento y la Verdad. Consciente de no saber quién era, me entregué a lecturas y viajes; indagué; estudié a los filósofos y pensadores; leí a Sócrates, Platón y Aristóteles, a Marco Aurelio, a Boecio, a Santo Tomás, a Maquiavelo, a Descartes, a Hegel y a Kant, a Kierkegaard, a Marx, a Wittgestain, a Sartre, a Ortega. Menudo lío tenía ya. Cambiaba de opinión y convicciones continuamente, débil como era entonces: ahora pesimista, ahora lógica; ora racionalista, ora comunista; ya pragmática, ya idealista. Pasaba del estoicismo al misticismo y la masturbación.
Estando en mi etapa de budismo zen, llegó el barco de bandera albiceleste. Trabé amistad y contacto con los marinos, extrovertidos y bonaerenses en su mayoría. Paseaba por el puerto, inmersa en mis divagaciones y ligera de ropa, y se me acercaron por decenas. Me cepillé a todos excepto al cocinero, por falta de tiempo dada la apretada agenda de ambos.
De aquellos extenuantes días me queda una gran sabiduría y paz interior, además de una cierta propensión al psicoanálisis y un dolor de espalda crónico muy molesto, aunque lógico por otra parte. 85 tíos en 12 dias no es parco esfuerzo, y no solo físico sino también, y mucho, mental. Mañana, tarde y noche en loca orgía. A punto estuve de desfallecer en alguna ocasión pero aquellos marineros, fueren del rango que fueren, tenían el don de la retórica, y con unos argumentos y explicaciones ciertamente enrevesadas, si bien irrefutables, me levantaban la moral y la libido hasta ayudarme a cumplir con lo que ellos denominaban mi desafío vital, un reto conmigo misma, una búsqueda existencial dentro de mí que ningún ser humano que aspire naturalmente, y sin fundamentalismo, a la perfección espiritual y al autoconocimiento puede renunciar. "Renunciar es errar. Renunciar es fracasar. Renunciar es desconocerse y ya esta nave nunca va a regresar", me aconsejaban sensatamente entre jadeos y suspiros.
Mi periplo vital a partir de aquel mi autodescubrimiento físico-emocional fue intenso y relevante. Dejé de ser una hojilla que flota a merced del viento. Sustituí la fe por la razón, el camino transitado por la pasión, la casi inevitable lectura de Paulo Coelho por experiencias sensoriales a ser posible con entes humanos de cualquier sexo, condición social, raza, religión, edad y peso. Obtuve gran riqueza espiritual, gran satisfacción sexual, gran reconocimiento social (vaya, que me conocían todos) y lo más importante me encontré a mí misma. Sin leer a Coelho, sin ir al desierto, sin coger una insolación, sin beber absenta ni hablar con un tótem que solo Dios sabe por qué encontraríase en el Desierto del Sahara.
Así fue como hallé mi mismidad. Estaba ahí, ante mis ojos violeta, una calurosa tarde de agosto, levando anclas, rumbo a algún lugar por el que nunca quise preguntar.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Muy, PERO MUY BUENO!!!!!
Me encanta, Pilar

Besos!

Sucede dijo...

Estoy con Patricia!
Genial!!
Abrazos!!!

Unknown dijo...

Realismo espiritual.
Este relato localiza el equilibrio de la praxis y la sublimación del placer. Narrativa de un ejercicio orgiástico interesante y divertido.

Pilar dijo...

Gracias Patricia, Sucede.
Carlos, tus comentarios siempre mejores que las entradas :D

Torcuato dijo...

Si. Estoy de acuerdo con los comentarios anteriores. Es un texto magnífico.
El contacto con el todo es la mejor de las filosofías.
Besos.