viernes, 20 de enero de 2012

Gaviotas que juegan al golf

Salgo como cada día del Campus en hora punta. Como ando pensando en lo que no debo, me paso la salida a la autovía y tengo que tomar por la Avda. de Andalucía, pasar la Alameda, el Parque, el Paseo Marítimo, Pedregalejo, El Palo, La Araña, La Cala y Rincón hasta llegar a casa. Qué vamos a hacer. No me cabreo. No me pasa tan a menudo, solo han sido unas doce veces. El cielo está que no sabe si quiere llover. Veo unas gaviotas, doce o quizás más que vuelan tierra adentro, se arrepienten, dan media vuelta, de vuelta al Sur; se cruzan con otra más gorda y cambian: ahora se dirigen al Oeste, no al mar, al Oeste; imagino que tienen partida de póquer o así. Y que la gorda es la jefa.
Por fin echa a andar la caravana de coches y sigo rectito-rectito, paso la Comisaría de la Policía Nacional y al fondo avisto la torre de la Catedral. Y ocurre. Hete aquí que el único rayo de sol, la única claridad, haz de luz, cae sobre ella haciéndola refulgir y brillar, cual baño de oro, solo para mis ojos. Lo reconozco como un mensaje divino. Es Dios que habla, la ansiada señal está aquí. Lo sé, no pregunten por qué pero lo sé. Es Dios que me da una oportunidad, que me dice: “Hey, existo y te lo digo a ti. Existo: no es cuestión de fe, estoy aquí. Te lo doy únicamente a ti; tienes lo que muchos desearían el cognoscimiento. Existo. La vida tiene significado. Todo ocurre por algo. Te amo, eres mi hija. Hay vida después de la muerte, ángeles que tocan trompetas, San Pedro con un manojo de llaves. Todo lo que dudabas, todo lo que negabas, es tan cierto como que ilumino con mi dedo de fuego esta pequeña catedral solamente para que lo veas tú. Mi elegida. Redímete”. Me recorre una sensación de paz y, a la vez, un desasosiego inexplicable y familiar. Noto que me estremezco, y me tiemblan las piernas aunque tengo que conducir y no puedo flaquear.
Sobreviene entonces lo peor, la maldición que me acompaña desde el día que salí del vientre de mi mamá. Un soplo, o más bien, un roce, recorre desde mis tobillos hasta la parte interior de mis muslos con lentitud y suavidad. La sensación de unos dedos que van subiendo en caricia perversa hacia la entrepierna y se quedan jugando justo antes de tocar mis braguitas. Ya sé que es él, el maldito Belcebú, Satanás, el Diablo, y sus mil nombres y mil tretas que me pervierte una vez más para que me distraiga de la beata noticia y me centre en la carne y me condene eternamente. No sé por qué la tiene pillada conmigo. Hay aquí cientos de coches, estamos rodeados de gente y me mete mano a mí. Justo cuando acabo de tener un milagroso contacto con Dios Nuestro Señor. Es que hay que ser malo y perro. Y sigue tocando mis ingles sin llegar más arriba y casi no puedo parar en el semáforo y por poco atropello a una señora con un caniche, y cierro las piernas inquieta e intento concentrarme en mi visión catedralicia y mi clarísima intuición del sentido de la vida. Pero es que el maligno sabe mucho y comienzo a sentir como me acaricia la parte exterior del muslo hasta la cadera y otra vez, nadie pero nadie sabe que eso es lo que más me pone del mundo. Maldito. Y vuelve delante y pasa levemente por la suavidad de la ropa interior. Y ya no sé qué hacer cierro las piernas, cierro los ojos, suelto el volante, busco la mano que sé que anda por ahí abajo, mi intención es ya totalmente pecaminosa. No es deshacerme de él, sino que pase a la fase dos, lo que quiero aunque me vea obligada a parar el coche delante de los puestos de flores de la Alameda y que algún turista me grabe con el móvil en pleno orgasmo. Me da igual. Que le den al Cielo, renuncio a mi salvación. Tócame de una vez por todas de verdad y en serio, déjate de rodeos que ya estoy lista para que me arranques las bragas. No lo sabía, ni entonces me importaba, pero todo lo decía en voz alta.
Y llegó la respuesta; no la que esperaba pero sí la que merecía. Dios Nuestro Señor habló claro y alto, y lo que me dijo no lo repetiré pues me avergüenza, además de utilizar un vocabulario del todo desfasado y casi indescifrable para cualquiera de mis lectores (no es por insultar pero están ustedes muy por debajo de la media de Finlandia). En fin, venía a mandarme al Infierno y a decirme que me acababa de condenar para toda la eternidad por zorra.
Se nubló más que nunca, el cielo negro, comenzó a llover a cántaros, granizo, ventisca, rayos y centellas. Y encima me pilló la onda roja.
Yo me arrepentí, pero bueno... de perdidos al río. Así que paré el coche, abrí las piernas y esperé la recompensa lasciva con la que el Príncipe de las tinieblas me había sobornado de modo tácito pero prometedor. Mas, pasado un buen rato, ante mi impaciencia y para mi sofoco, distinguí de modo nítido una risa, una risa burlona. Una risa victoriosa. Una risa como con eco, como de película de miedo de Serie B, una risa de mierda a la que me voy a tener que acostumbrar pues según parece es lo único que voy a escuchar en un futuro no muy lejano.

5 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Una loca maravillosa. Tampoco el cielo prometía muchas maravillas.

Calamardo dijo...

Muy bien descritos los tocamientos de Belcebú, esta parte del texto es muy erótica. El final le queda muy bien al relato.

Pine Apple dijo...

La próxima vez tira por la ampliación del Campus, por el desvío nuevo que el Diablo no se lo conoce, mujer y si hay atasco tardas menosxD

Pilar dijo...

Demasiado tarde, Celia. Ya da igual el camino que tome.

Juanjo Rodríguez dijo...

Me parece un texto perfecto. La redacción es impecable. Es literario pero totalmente libre de lugares comunes o de afectación literaria y une un aire de ternura (esa descripción de las gaviotas siguiendo a la más gorda que debe ser la jefa o la posición de la protagonista entre las dos voces) con el erotismo. Perdonen los paréntesis. Espero que se me entienda.