domingo, 1 de enero de 2012

Muerte de Calamardo

Hola, mi nombre es Arenita. Soy una ardilla, creo, aunque no tengo tanta conciencia de mí como para catalogarme en una especie concreta. Sé que tengo dos dientes salientes. Y que cuando voy a mi residencia de Fondo de Biquini, no puedo respirar sin una escafandra. A veces me enfurezco y doy gritos y palos. Eso sé. Ahora estoy aquí, en mi árbol. Mi hábitat natural. Recordando el día en que asesiné sin piedad a Calamardo y tuve que salir por patas, no sin antes pasar por la Piña a dar un abrazo a Bob Esponja; Gary dijo miau y Patricio algo que no tenía ningún sentido y Bob Esponja lloró de ese modo en que solo él puede llorar poniendo esa cara tan fea que me exaspera: los ojos inyectados en sangre, la cabeza enflaquecida, la lengua por fuera, la boca tan abierta que dan ganas de meter la mano y arrancarle la campanilla que, allá al final, parece un gusano agonizante. Me cae bien pero me pone de mala leche que llore por el asqueroso e infame Calamardo. 
A ver, qué malo tiene, díganme ustedes, comerse un plato de calamares en su tinta. ¿Qué? ¡Ah! Pues no, no. ¡Que no soy herbívora! Ignorantes. Me pongo ciega de bichos. ¿Por qué no un platito de calamares? En fin, yo no conozco mejor cocinero que Bob Esponja y la verdad es que no llevaba planeado nada cuando entré aquella tarde en el Crustáceo Crujiente. Allí el malencarado Calamardo se metió con quien no debía, id est, conmigo. Se puede ser sarcástico y estar siempre metiendo baza, se puede hacer mil trampas y jugársela a Bob Esponja que -como el Correcaminos- sale siempre airoso. Se puede ser un creído, pijo e intelectualoide, aunque a mí no me la da. Pero ya, con el día que tuve, sus alusiones a mi mal aspecto dentro de mi traje submarino... no las iba a tolerar. 
Quizás eso (y que me cobró de más) fuera el detonante de una reacción que por excesiva no pasaron por la tele. Tomé uno de los cuchillos de la cocina, volví a la caja y le desafié a que repitiese lo que había dicho. Como es evidente, el tipo raro, calamar de seis patas, lo dijo de nuevo ostentosamente satisfecho por haberme ofendido. Lo que nunca olvidaré fueron sus ojos de incredulidad al ver mi arte y destreza al trocearlo en daditos que, con pimentón y algunas otras especias, me servirían de cena. Así se lo decía, mientras al espicharla se lamentaba de no sé qué destino cruel y me pedía que cuidase de su clarinete y que jurase que su moái no sería para Bob Esponja ni para Perlita sino para (ahí ya me quedé de piedra) la ¡Señorita Puff! "¡Madre mía!", dije. Y le pedí amablemente que se callase, que me desconcentraba. 
Nadie se puede imaginar lo que tarda un calamar en morir descuartizado. Bueno, a lo mejor algún pescadero experimentado, nadie más. Fue un rato largo-larguísimo, pero al final ya tenía yo allí un picadillo que llevé al bueno de Bob a la cocina y encargué que me cocinara.
Como había un montón, los invité a todos, haciéndoles cómplices de mi calamarcidio y asegurándome así un plan B. Por si lo que había hecho no sentaba bien (tengan en cuenta que soy forastera y ya se sabe). Hasta a Plankton invité; todos comieron con apetito; felicitaron al chef; el sr. Cangrejo se frotaba las manos, maldiciendo a Calamardo por no estar allí un día de tanta afluencia. 
-Y ¿cómo se llama este delicioso entremés? 
-Arenita lo bautizó como "calamar en su tinta". 

Entonces, creo, empezaron a sospechar. Alguno, más delicado y perspicaz corrió al baño. Y otros abandonaban el local. Bob Esponja y Patricio no se enteraron hasta el final del episodio, cuando ya me había llegado la carta de expulsión, la amonestación de Neptuno, los anónimos de la Asociación de Calamares y Pulpos, y tantas otras paparruchadas que me daban exactamente igual.
Así, llegué a la piña de mi amigo Bob Esponja, donde él y Patricio lloraban desconsolados por mi exilio y la muerte de Calamardo y el momento canibalesco de Fondo de Biquini y por mi marcha (sí, otra vez). Mira que los quiero, que conste, pero no pude contenerme. Les pregunté si era cierto eso de que no querían vivir sin mí. "Sí, sí, sí". 
-Vale, silencio. Os llevaré conmigo y estaremos siempre juntos. 
-¿Y Gary? 

Gary me miró y, aun siendo un caracol, salió que se las pelaba por la puerta que no hubo forma de darle caza. Bueno, pues sin Gary. ¿Vale? ¡Vale!
Y me los traje. Están aquí, en el poyo de la chimenea, secos y calentitos; la estrellita de mar rosa y más bonita, admiración del bosque entero y el trocito de esponja de mar, lo nunca visto por estos lares. También, aunque me es difícil explicar a mis vecinos de qué se trata, tengo allí colocado el clarinete... 
¡Ais, mis recuerdos de Fondo de Biquini!

4 comentarios:

F dijo...

Como sabrás, Arenita es tejana y, desde que huyó del estado de la estrella solitaria y se refugió en Fondo de Biquini, dejaron de producirse matanzas.
¿Casualidad? Yo no lo creo...

Unknown dijo...

La mera presencia de Bob Esponja en el colectivo imaginario es tan desagradable como para esponjar a cualquiera.
El calamar acaba siendo la víctima por su delicioso sabor, y no culpo a la ardilla por prepararlo y comérselo, es más me abrió el apetito.
Pero Bob Esponja es sólo una imagen más del poder idiotizante de la tele que produce ídolos de masas impuestos por gente que insulta la inteligencia colectiva.
Aún más deprimente es pensar que no hay tal, que se dirigen a una masa ya vencida, y que llevan al resto de nosotros a ser aplastados por una burocracia de intocables.
GRACIAS por regresar a Bob a su función de esponja para baño.

Riforfo Rex dijo...

Sabía que pasaría. La vida de Arenita era muy aislada. No podía durar. Y Calamardo tentaba al diablo día sí día no.

Anónimo dijo...

Calamardo se lo estaba buscando, siempre intenta aparentar ser superior a los demás proclamando que era un entendido en artes y decoración. Sus vecinos agradecemos no tener que volver a oir sus insufribles sólos de clarinete. Y total, calamares es lo que sobra en el mundo.

Bravo. La próxima vez ¿podría usted aumentar la mariscada incluyendo al señor cangrejo?