lunes, 22 de agosto de 2011

25 pacientes

Érase una vez una clínica privada donde cada miércoles por la tarde se hacía una terapia de grupo para la prevención de la drogadicción. Aunque para ser honestos los que iban allí ya eran adictos así que estrictamente de lo que se trataba no era de prevenir sino de curar, si eso es posible, la drogadicción. Las sesiones eran profesionalmente coordinadas por el psicólogo jefe de la clínica, el Dr. Alberte. Allí acudían alcohólicos, cocainómanos, heroinómanos y otros viciosos en un totum revolutum que no daba grandes problemas. 
Mas acaeció que sobrevino una crisis económica al Reino y muchos de los asiduos de los miércoles por la tarde se decantaron por seguir con las drogas tras hacer sus cuentas y ver que les salía más barato.
Entonces fue cuando el psicólogo dio cabida en el grupo a otro tipo de enfermos: adictos al sexo, mitómanos, sociópatas y personas con diferentes clases de fobias. La decisión fue principalmente económica. La crisis --que resultó ser larga y mundial-- le proporcionó la excusa, digo, le forzó a mezclar a pesar de ser consciente del posible riesgo de bajar la calidad del procedimiento; pero, dado que la sesión costaba 100 euros, a más pacientes mejor. ¿O no?
Los problemas empezaron a ser notables cuando llegó Pepe, un extorero que había recibido una cornada justo ahí donde la espalda pierde su buen nombre y tenía muy mal carácter, aunque Julito, cachas, gay y adicto al sexo, dijera que era un hombre muy carismático.
Una tarde de agosto, el aire acondicionado apagado (para ahorrar), dio comienzo la sesión con 25 individuos, con distintas dolencias y terribles traumas.
Juan Aguilar protestaba airadamente ya que a él le parecía que ellos -los hipocondriacos- no deberían estar con todos aquellos viciosos que vaya usted a saber cuántas enfermedades contagiosas podrían portar. Esta afirmación tensó el ya de por sí tenso ambiente lleno de síndromes de abstinencia, impulsos violentos contenidos y maldisimuladas insinuaciones sexuales por parte de un par de erotómanos y alguna ninfómana. 
Aquella calurosa tarde, los cuatro hipocondriacos se sentaron retirados del resto. A su derecha, con bata blanca, 85 kilos de peso y una ligera alopecia, el doctor y Encarni, agorafóbica, que no soltaba la mano del profesional. A su  izquierda, Susi, ludópata, sádica los miércoles, masoca el resto de la semana, que no paraba de susurrar comentarios al torero sobre cierto homosexual que cualquier día a la salida de la sesión lo iba a violar. Susi había apostado con Carla, ama de casa, con trastorno de personalidad y accesos de violencia, que el torero y Julito, su enamorado, iban a acabar mal. Así que malmetía todo lo posible para encender la chispa que le hiciera ganar los 50 euros y, aunque fuese "dar un paso atrás en su curación", pegarse el gustazo de jugar.
El Dr. Alberte estaba más ausente de lo normal, posiblemente por la presencia de Raquel, 18 años, 50 kilos de peso, minifalda y blusa transparente, que al cruzar las piernas demostraba empíricamente la teoría de que no llevaba bragas y que, además y encima, se frotaba los pechos sin parar.
Todos hablaban a la par: algunos insultaban al "pijo hipocondriaco", ofendidos por su actitud llena de prejuicios y esas "afirmaciones que se iba a tragar". Sin venir mucho a cuento, el torero gritó que jamás había estado ni estaría en la cama con un tío así lo mataran. Ahí aprovechó Julito y dijo que peor que lo que le hizo el toro no iba a ser. Y Susi le dio la razón, y Amanda le dio la razón, y Raquel le dio la razón, y los hipocondriacos se apartaron por la famosa intuición del hipocondriaco. 
El doctor consolaba a la aterrorizada Encarni: "Estoy aquí: no hay nada que temer". Todos estaban exacerbados, nerviosos, enloquecidos, chillando. Uno exigió que pusieran el aire acondicionado y otro que le devolviesen los 100 euros de la sesión. Y, claro, el doctor soltó súbitamente a la pobre mujer para calmar los ánimos. La mayoría estaba ya de pie, insultando y empujando, y Encarnación, histérica, con el rostro desencajado y a punto de sufrir una crisis, se agarró por detrás al primer cuerpo que pilló. Que resultó ser el de Pepe. 
Pepe que, por alguna razón, desconfiaba de lo que le llegase por retaguardia, se zafó del abrazo de Encarni, se avalanzó sobre Julito y lo estranguló sin mediar provocación, tras lo que sufrió un ataque al corazón y la diñó. 
Ahí acabó la carrera del Dr. Alberte y las sesiones de terapia de grupo en la Clínica que cautelarmente fue clausurada mientras duraba la investigación. 


El doctor nunca más volvió a ver a Raquel.
Amanda confesó su amor a Carla y se mudaron al apartamento de Raquel. Todos imaginamos deliciosos tríos pero esto lamentablemente queda sin confirmar.
Carla se hizo íntima de Susi y van al casino cada dos días, para evitar parecer adictas de verdad.
Los hipocondriacos se curaron del susto y el ayudante del Dr. Alberte escribió un artículo en el Digest noséqué que le valió inmejorables críticas.
A partir de entonces la hipocondría se cura como el hipo. Un susto o un vaso de agua al revés.
El Dr. Alberte acabó en prisión pues se encontraron en su casa numerosas pelotas de playa, camisetas y posavasos de Prozac. Salió a los cinco días por buena conducta.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ajá, no supimos qué mal padecía la narradora, me la imagino entre los erotómanos, por aquello del trío jaja.

Pilar dijo...

Gracias por seguir por aquí Yun y sí todos locos de atar, incluso el narrador :P