viernes, 23 de marzo de 2012

Nefertiti, Jung y el gitano José Manuel: Alquimia, misterios y predicciones

-A ver, José Manuel, ¿quién era la madre de Tutankamón?
-Nos ha jodío: la Nefertiti. Tú te crees que porque sea medio gitano, no sé ná.
-¡No! ¡Ja!
Carl siempre estaba con esas cosas. Resulta que, según entendí yo, Nefertiti no era la madre de Tutankamón porque hay pruebas genéticas que dicen que el gachó era hijo de hermanos, o una cosa así, y ella al parecer no era hija de su suegra. Conclusión a la que se llega porque no la tragaba (fíjate la novedad). A mí, ya ves tú. Para mí que se lo inventaba todo. Como el rollo de los complejos y el inconsciente.
Pero Carl gozaba con esas anécdotas. Además había llegado a un dominio de la precognición  tal que predijo que un inglés gili irá diciendo que ha descubierto la momia de Nefertiti: dará ruedas de prensa y uno de los peces gordos de Egipto, probablemente director del Consejo Superior de las Antigüedades de allí, le dirá que no y el inglés que sí y el otro se cabreará y le prohibirá la entrada a Egipto. Hala Dr. Fletcher: a hacer egiptología en el condado de York. Y se puso a reírse como un loco.
Eran los primeros sesenta cuando Carl apareció por Torremolinos a tomarse una caña. Yo que andaba por allí con mi guitarra ganándome honradamente la vida cantando por peteneras y dándole a Valderrama, vi su dificultad para explicarse y le eché un cable. Y él que era, como todos los alemanes, un manirroto me invitó a unas cuantas cervezas y unas tapas.
Después resultó que el Carl no era alemán sino suizo y yo me acordé de las novelas de Agatha Christie y de que el gordo aquel no era francés sino belga y que importaba una mierda: todo el mundo lo tomaba por francés y por francés quedaba: “Asín que Carl entre el acento tan basto ese que tienes y el nombre y la afición por la cerveza, tú para mí siempre serás alemán”.
Aquel día, nos hicimos compadres ya de por vida, de la suya, claro, porque cuando Carl llegó aquí ya estaba viejo. De hecho, se quitó de en medio y dejó dicho en Zurich que se había muerto. Eso fue en el 61.
Con más de ochenta tacos tenía un saque que daba susto. Un día se comió media docena de espetos con veinte cervezas, mientras traían la paella. Lo pasaba bien yo con mi compadre Carl. Lo recuerdo con cariño. Aquellas cosas que decía. Y tengo que admitir que me ha venido de perlas lo de la psicología profunda: inducir al personal a situaciones concretas era un don innato en mí, según Carl. Yo, arquetipo del héroe por antonomasia y con una vena mística innegable que hace de mí portador de una personalidad extrovertida y absolutamente sana, además de capaz como pocos de alcanzar la alquimia como estado que no actividad. Mi absoluta negación de los cánones racionalistas y materialistas me hacen un ser espiritual y lleno de posibilidades: un líder poseedor de las cualidades psicológicas relativas a las cuatro etapas del erotismo todas al mismo tiempo y sin deslindar. Un ejemplar inigualable. Un ser que sin buscarlo posee la intuición sobre las artes mágicas. En fin que, sin rollos raros, el compadre me apreciaba.

Durante los cinco primeros años, más o menos, invitaba siempre él. Y esa fue la razón de que en principio no me despegase del guiri ni un minuto. Pero después se ve que no calculó bien o se pasó con la vidorra que se pegó o aprendió de un servidor o qué sé yo, que ya era una cuestión de suerte e ingenio ver quién pagaba o si nos pirábamos disimuladamente sin pagar siquiera. Y de correr, nasti. Que el Carl estaba ya en noventa y aunque flaco no iba a llegar a doblar la esquina. En fin, viejos tiempos. Ahora, ¡cualquiera se va sin pagar! y mira que hay gente en los bares, joder. Pero es que hay más paranoia. Ya ves tú qué gasto pueden ser dos medias. Pues no se imagina la gente cómo se ponen los de Torremolinos si te vas sin pedir la cuenta. Más si se te ve medio gitano. Racistas. Racistas y agarrados. Todos los malagueños, que yo soy de Cádiz y allí no somos así. Aquí están todos alterados y con una gana de liarse a mistras... 
Siempre recuerdo lo que dijo mi compadre Carl el día antes de su muerte, tras unas docenas de quintos y unas papas bravas: "Sig tenía razón: el mundo está plagado de chiflados mamones. Anda, paga tú". Y pagué. Después se murió mientras decía: “Y Sig creía que yo quería morirme, pues no, ni siquiera hoy con 103 años. Es que no daba una el viejo enano. Lo que me jode, compadre, es que él sea tan famoso y yo no”. Ya no me dio tiempo a preguntar: diñó y lo enterré según instrucciones precisas, en un sitio donde iba ser más difícil encontrarlo que a la momia de Nefertiti, aquella egipcia mandona que hasta se travestía para gobernar.
Ahora, me he montado un localito de esoterismo en La Carihuela y no me va mal. Siempre que tengo dudas lo invoco y allá que viene del más allá. Preguntando siempre lo mismo ¿Soy ya más famoso que él? “Sí, compadre, todos saben quién eres tú y nadie recuerda al puto Freud”.

3 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Fueron buenos tiempos esos los de Torremolinos. Se veía gente curiosa por la calle. Bueno, me han dicho, yo aún no había nacido. O sí,pero era muy pequeño. Y además vivo lejos.

omar enletrasarte dijo...

y cada día la gente cree más en esas cuestiones del más allá
saludos

Unknown dijo...

Al sistema de valores de una sociedad desequilibrada no tenemos porqué aceptarlo, y menos únicamente basados en el consenso de aceptación de las mayorías.
Finalmente resulta raro que éstas mayorías resuelvan algo.
El relato es una joya. Lo tengo que leer varias
veces. Excelente.