domingo, 10 de julio de 2011

Mitología maruja

Mi madre era La reina. Fue una mujer muy bella, pero una bocazas. No quiero hablar mal de ella, que ya está muerta. Murió hace aproximadamente 11 mil años, aunque su brillo no se ha apagado. El eco de lo que fue, el corazón de la reina sigue palpitante en su viaje hacia la nada.
Contaré, tan solo, que su carácter era terrible: voluble, vanidosa; cambiaba continuamente de opinión. Me regañaba de manera violenta, me humillaba. Aunque todos piensen que estaba orgullosa de mí, aquello fue sencillamente un modo de fastidiar a ese Nereo que de tan sincero un día le diría alguna verdad sobre lo impertinente de su comportamiento y lo que eso mermaba su atractivo a sus modestos y acuosos ojos.
El venerable Nereo, menuda nos armó. Mira que fue bueno, y comparado con ese viejo verde de Neptuno, viviendo en una eterna orgía, un santo. Pero menuda nos lio. En casa, por su culpa, mamá estuvo intratable. Y como tuve la desgracia de salir guapa, pues, hala, a refregárselo a sus hijas que andaban subiditas de tanto halago inmerecido, en la opinión de mi madre y de mucha gente de Etiopía que conocí y no parecían especialmente interesados en el asunto. En fin. Ella se pasaba el día con unos y con otros diciendo que yo era la más bonita y cansó a quien no debía y llamó la atención para mi mal y consiguió que aquellas ninfas fuesen a pedir una satisfacción a Poseidón al que tenían encandilado y bien contento y que, claro, se apresuró a conformarlas antes de llegar la bacanal de la noche.
La cosa es conocida: acabé desnuda, atada a una roca, con los brazos en alto para servir de sacrificio a una bestia marina. Menos mal que pasó por allí el hijo de Dánae, que también sufrió lo suyo, y quedó prendado por mis visibles atributos femeninos, si no, hoy no estaría aquí acordándome de mi madre.

Andrómeda encadenada a una roca de Gustave Doré

1 comentario:

Riforfo Rex dijo...

¿Qué tal sienta dormir con un hombre que siempre tiene una segunda cabeza a mano?