miércoles, 6 de julio de 2011

De telesféricos, zoológicos y vida después de la muerte

El día que te moriste, de veras lo sentí. Me llevé un disgusto tremendo, sobre todo por enterarme así. Menudo sofocón.
Yo también he tenido problemas, enfermedades, accidentes. Una vez me atropelló un tranvía en Madrid, tuve sífilis, una casa en África, piojos y gonorrea; me partió el corazón una pila de gente y más, muchas cosas más; además tengo Lupus, que ahí es ná. Nunca te lo conté. No hubo tiempo. Bueno, sí. Pero tú no dejabas meter baza.
En fin, a lo que iba, que me pierdo. Fue terrible el shock que padecí y la grave depresión que sufrí después. Incluso creo que pasé por eso de los estados de la negación y tal, y además tuve síndrome de abstinencia.
Muy fuerte. Una pasada. Yo, que pensaba que te detestaba. Porque en tu forma de ser había mucho de desagradable, egoísta y cobarde. No me lo tomes a mal. Ya sé que no está bien hablar de los muertos, aunque los tengas delante. Pero tendrás que admitir que todo siempre giraba en torno a ti y no dejabas meter ni una palabrita. Y si ocurría que preguntabas: "¿Cómo estás?", seguías tu camino como si tal cosa, sin esperar. "Tío egoísta", pensaba yo. "Ojalá se muriera".
Después te moriste, y, fíjate, lo sentí. Encima en aquel modo novelesco, rocambolesco, terrorífico, dolorosísimo y tan, tan, tan inverosímil. Porque caerse de un telesférico, intacto, sin accidente, y que sigue adelante como si nada, es rarillo; a no ser que te empujaran, claro.
Pero lo difícil del todo es que no murieses ahí. Lo extraño es sobrevivir. Y magullado, lisiado y destrozado, salvarse; amortiguado por el asco de agua de la charca donde los cocodrilos del zoo dormitaban. Y ya habían comido y están regordos los cocodrilos y caimanes (creo que también hay caimanes en Fuengirola) pero con el ruido del porrazo... Y se ve que como estabas ensangrentado, por aquello del instinto, la curiosidad y el llamado natural, se sintieron obligados. Casi sin ganas. Qué digo, totalmente desganados. Por eso, justo por eso, tardaron tanto. Mordisqueaban, tironeaban, sacaban brazos y piernas y vísceras alargadas; que rumiaban como vacas más que como predadores salvajes. Lo que tardaste en diñarla. Pobre. "Qué horror", decían en  la TV, donde no se suelen espantar por nada.
Así me enteré. Un turista lo grabó todo en HD y lo pusieron durante semanas en la tele, y de tanto pensarlo y de tanto verte ahí sufriendo y el guiri, Johannes "Pulso de cirujano", con la cámara, pues ya soñaba contigo cada noche y te hablaba cada mañana.
Será por eso que viniste. Y que donde voy me acompañas. Y eso que acabamos fatal tú y yo. Y ahora ya ves que nos llevamos a las mil maravillas. Creo en parte que es porque estás muerto, que ya te digo que lo siento. Y puede que también porque desde que estás así, -como digo, muerto-, no hablas. Es que tengo la sospecha de que eso es lo que pasa. Ya no me interrumpes para contarme lo tuyo o lo de cualquier conocido tuyo por más lejos en el tiempo y en el espacio que nos quedara. Ya no me dices que este pintor, aquel poeta, ese bailarín. Aquesta ópera. Las calles de París. El solo de violín. El cine alemán. Ahora, no. Ahora estás ideal. Mejor que nunca. El hombre perfecto. Y no vayas a pensar que me alegró que te mataras. No me alegro, que va. Para nada, de verdad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este relato está increíble, tiene de todo. Aunque al principio supuse que eso de tener al muerto enfrente era una referencia al ataúd en el funeral eh. Me gustó mucho, la escena del zoológico es definitivamente, de horror.

Pilar dijo...

Retorcidilla que es una ;)