jueves, 21 de julio de 2011

Mi primo Omar antes se llamaba Manolo. No sé muy bien por qué ahora se llama Omar, me pilló de Erasmus en Italia y no quise preguntar. Estudió Periodismo, como yo. Con una media de 5 acabó la carrera en 11 años. Aquí era uno de los miles, qué digo miles, millones de licenciados que se dedican a la venta y alquiler de vehículos usados. Omar, uno ochenta y cinco, fuerte, pelo castaño y suave, con una mirada que parece que te va a traspasar. Le gustaba ir al canódromo y cerraba todos los bares del barrio por orden alfabético. Borracho estaba todavía más sexi. Era de esos a los que no se les nota nada que han bebido. Ni se le trababa la lengua ni andaba dando tumbos.
Un mal día conoció a una colombiana y se fue con ella a Bogotá. Duraron juntos dos semanas, pero él se quedó. Por lo que se ve allí es conocido como Licenciado Omar. Debió falsificar algo en el CV o bien andan escasos de universitarios. La cosa es que al condenado Omar le hacen sentir como Dios. Es el tuerto en el país de los ciegos. El puto amo. Como es tan guapo y tan alto y tiene ese modo de mirar, va de una a otra sin pagar. A mí me llegan docenas de cartas suyas en que me da innecesarios y numerosos detalles de todo lo que le ocurre allá. Me turba y me perturba, la verdad.
Cada año en Navidad regresa a España a pasar un mes con la familia. Cada año se pone morado de comer y bebe como un cosaco. Se va cinco quilos más gordo.
Gracias a la Virgencita del Carmen, siempre en las reuniones familiares hay un momento en que los parientes se disipan como la niebla y, justo la tarde en que preparábamos la Noche Buena, unos fueron a hacer las últimas compras, otros a visitar a los vecinos, los más entregados llevaron a los críos al cine y la abuela y las tías se fueron a echarse una siesta. Pensé que por fin me quedaba sola cuando el dichosito Licenciado Omar me vino a molestar a mi habitación donde a lo único que aspiraba era a leer un rato y escuchar un poco de música antes del estridente y masivo banquete navideño. Pero no. Allí estaba él, con ese acento que le ha salido de repente, con ese bigote que se ha dejado como para parecer más respetable. Ya olía a pacharán como si se hubiese zampado una botella entera, aunque su aliento resultaba agradable. Dulzón.
-Quiero estar tranquila un rato antes de la cena.
-Solo vengo a decirte una cosa.
-¿No puedes decírmelo después?
-No. Con los niños armando escándalo y mi madre sin quitar ojo.
-Pues rapidito que tengo un par de horas de tranquilidad y no quiero desperdiciarlas.

Se sentó en la cama y se acercó como para hablarme al oído. Empezó a besarme el cuello. Y a susurrarme unas ciertas cosillas. Yo en principio iba a empujarlo y echarlo de la habitación a patadas pero lo que me contaba me tenía tan estupefacta que no pude moverme. Que si iba a psicoanálisis desde los quince años porque era erotómano, que si me deseaba desde que íbamos juntos a la Facultad, que si era él quien llamaba a mi teléfono y colgaba, que si me había robado ropa interior, coleteros, pendientes, pañuelos, fotos, ligueros. Y fantasías muy cochinas en las que siempre aparecía yo con mucha más gente. Total, que sin darme cuenta ya estaba yo devolviendo besos y caricias y dejando al muy caradura meter mano bajo mi falda y bajarme sin recato alguno las bragas. Se apresuraba con los pantalones a medio bajar ya encima de mí, y lo tuve que parar:
-Si quisiera un polvo rápido, ya haría esto con mi marido. O te esmeras o te largas.

Mano de santo. Se esmeró y bien, el Licenciado Omar.
Bajó el ritmo y me besó todo. Conforme me desnudaba tan despacito, me decía cosas obscenas y me acariciaba. Me cogía de espaldas, de lado, de frente, me sentaba sobre él y me lo hizo hasta de pie. Me tuve que morder la mano para no despertar a la abuela y a las tías pero aun así no estoy segura de que algo no oyesen. Dos horas, cinco orgasmos a mi favor.
Acabadas las vacaciones, marchó de nuevo a Colombia. Ahora ya no cuelga el teléfono cuando me llama y procuro encerrarme en el cuarto de la plancha para tener nuestra pequeña conversación transoceánica en la más discreta intimidad.
Ah, sí. Quiero que conste que es mi primo segundo, casi como si dijéramos que no somos familia.

1 comentario:

Riforfo Rex dijo...

Siempre me cayeron bien los tipos que cierran bares por orden alfabético y que consiguen tirarse a sus primas, por muy segundas que sean.Me consuela que el tipo sea guapo y me digo para mí, como Jorge Allen: "con razón, con razón"