¡Hazme vudú, que hace mucho que no me das con un alfiler! ¿Lo dirá en serio? No creo. Pero como me apetece, voy a buscar un alfiler. Soy autista grado 3: todo lo tomo textualmente. No hay alfileres en esta puta casa de mierda (también sufro del síndrome de Tourette). Veo el picahielos y pienso que bien usado, así suavito será más o menos como un alfiler, algo más grueso. Dejará cicatriz... hummmm... Que se joda. Cojo el picahielos, me tomo una Coca-cola si tiene o no ron dentro no lo sé porque tengo amnesia anterógrada. Por cierto, ¿qué hace este picahielos en mi mano? Lo suelto. Pongo un puchero en la olla express que tarda muy poquito en hacerse y está muy rico; resulta que no tengo carne. Nada. Ni pollo, ni ternera, ni unas costillas, ni un trozo de añejo, un poco de tocino. Nada. Y eso que estoy mirando en la nevera y no en el trastero como la última vez. Oigo una voz en el salón: ¿Vienes o qué? Voy. Dejo el puchero a medio hacer y voy. Miro el picahielos y lo cojo porque sí. En mi precioso sofá rojo de sky un tipo que parece paquistaní, con el pelo de Sayid (Naveen Andrews: ñam) en El paciente inglés, pero no está la mitad de bueno que él. Nadie está la mitad de bueno que él. Ni siquiera él. Me dice como si tal cosa que odia el sofá que si follamos ahí se le va a quedar el culo pegado al sky. Yo, acostumbrada a no enterarme de nada, le digo que voy a por algo para arreglar ese problema y aliviar esa molestia concreta. Llegando al dormitorio, no sé a qué he venido aquí. Como llevo el picahielos en la mano pienso que tengo que ir a la cocina. Una vez allí, doy unas vueltas al triste puchero sin un miserable hueso. Me cruzo con mi gata. No la recuerdo. Es negra como la noche y la superstición me hace darle una patada bestial. No soy yo. Es la superstición, una cosa fatal por la que los humanos hemos penado a través de los siglos. La gata se estampa contra la pared. La marca de sangre y un charco que se va formando me llevan a una crisis de ansiedad. Busco algo. ¿Qué? Ni puta idea. Veo el cajón donde hay escrito: “Aquí guardas las bolsas de plástico para la basura; son las de color azul, ¡gilipollas amnésica!”. Saco varias bolsas de plástico con la intención de meter ahí al gato. Y oigo una voz que llama. ¿Vienes o no? Claro. ¿No has traído nada para poner sobre el sofá? Pues entonces yo me pido encima. Vale. Follamos. Yo, con el cuerpo pegado al sofá recibiendo ciertas embestidas de buena gana. Disfruto. El que está arriba también parece disfrutar pero eso a mí es que me da igual. Le araño, me muerde, levanto el pubis, grito, gime. Me corro, me corro y me corro. ¿Te has venido?, pregunta el tipo. No, sigue, que acabo de empezar a enterarme. No habla la amnesia, es que soy una ninfómana y una sádica. Muevo la pelvis, subo la cadera, me muevo como la canija del vídeo de Flashdance, Jennifer Beals. Tengo una memoria prodigiosa para algunas cosas ¿o qué?
El paquistaní no está mal. Es todo huesos pero en la faena cumple. Aunque es todo huesos. Huesos, huesos y más huesos. ¿A qué me recuerda eso? Y ato cabos: el picahielos en la mano, ya tras cinco orgasmos, me doy por satisfecha, el puchero en el fuego sin carne, el sillón de sky que le pasas un pañito y queda como nuevo. Todo cuadra. Las estrellas se alinean y clavo el picahielos en la espalda del sudoroso hombre que súbitamente pierde la erección. Curioso. Lo rápido que se le bajó y lo lento que murió. La ventaja nº 1, VENTAJA de ser una enferma mental, es que no siento ningún remordimiento. A pesar de todos los lamentos que hube de oír de boca de aquel desconocido. La ventaja nº 2, VENTAJA de no tener prejuicios occidentales ni orientales ni septentrionales ni meridionales, es que pude echar parte del costillar del muchacho en mi puchero y cerrar la olla express de una vez. La ventaja nº3,VENTAJA de tener un jardín, es que el resto del cuerpo del paquistaní yacería en una hermosa tierra bien abonada junto al cuerpo de mi gata en unas bolsas de basura azul tan biodegradables como ambos mamíferos. Y, por último, la ventaja nº4, VENTAJA de darme cuenta de que había matado y posteriormente cocinado a mi novio y, aun peor, había reventado de una patada a mi gatita amada, es que la impresión hizo de mí una poeta genial, fantástica, espectacular. Mi "sufrimiento" en el papel me valió numerosos premios y, aunque plagiaba versos de aquí y de allí y los mezclaba y cambiaba algunas palabras usando el Wordreference, nadie se coscó; todos me alababan. Éxito de público y de crítica. Entrevistas y montones de proposiciones para algo que ahora no recuerdo. La vida es bella, qué pena que lo vaya a olvidar.
6 comentarios:
La inspiración se nos presenta en formas impredecibles, hay que aprovecharla mientras dura. Saludos.
No importa olvidar, sino vivir, y si mientras se hace se es feliz, qué más quieres? Muy bueno!
Abrazos!!
No voy a hacerte ningún comentario trascendental, ingenioso, lleno de inspiración y todas esas cosas. Simplemente Genial. Ea.
A
Hola de nuevo. Leí este relato hace tres días, y esta noche seguía pensando en ello, cuando noté que algo me molestaba. Me encanta toda la parte de la demencia hasta la merienda, pero no soporto que sus versos sean plagiados pues eso anula "la pena" y el "sufrimiento en el papel" que supuestamente los inspiró, mejor admitir que su poesía es otro acto vacío igual que asesinar. De otro modo, mencionar tal dolor se vuelve sarcasmo que no encaja con un autista. ¡Todo eso opino! Nomás pa' que cheques que sí te leo a profundidad. Un abrazo.
Pues llevas toda la razón, Yun. Qué buen olfato para la coherencia de un argumento. ¿Me lo prestas?
Abrazos, Yun, Sucede y A.
Que bordado tan preciso, admirable y letal, un gore de humor negro pero festivo.
Una fiesta estilística.
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