lunes, 8 de agosto de 2011

El club de los miserables


Siempre fui un solitario. Un hombre esquivo, asocial, tímido. En general, no soporto a la gente. Nunca me apunté a ningún grupo ni traté íntimamente a ningún amigo, aunque les dejé que pensarán lo que gustasen. Sonrío y soy amable -la educación ante todo- pero por dentro pienso que son gilipollas. Qué vamos a hacer. Cada uno es como es. No estoy confesándome ni me arrepiento de ser así. Más bien al contrario. He leído bastante, he publicado libros, -bueno uno, si bien excelente-, he conocido a grandes poetas, a descendientes de los primeros pobladores. Por mi casa ha pasado la flor y nata de la intelectualidad nacional. Tengo motivos para opinar. Motivos y criterio e inteligencia. A mí no se me engaña fácilmente. La mayoría de la gente que conozco no tiene dos dedos de frente.
No obstante, ya llegado a cierta edad crece en mí un sentimiento de autocompasión por saberme solo. Es una cuestión más bien romántica, una actitud intelectual. Nueva, pero intelectual. Así que el día que llegó a mi buzón la enésima invitación para unirme a un club de los prohombres de la localidad, decidí aceptar. Con mis reticencias y sabiendo que la mitad o más eran politicuchos trepas y escritores vendidos a una subvención y cuyo ego desmesurado ocuparía el salón de actos en que se solían celebrar las sesiones de la Hermandad. Unos imbéciles pagados de sí mismos hablando de Dante, Hegel o Marc Chagall. Fui a sabiendas de lo que me iba a encontrar, en parte también porque no admitían señoras y mantenían cierto protocolo, cierta distanciación. Además, servían el mejor whisky y fumaban los mejores puros, y solo eso ya era un aliciente. Mataría el tiempo un poco, sería falsamente atento, me tomaría diez o veinte tragos y les daría a todos la razón.
La recepción fue inmaculada. La sesión tan ceremoniosa que la mitad de los prohombres dormitaba. Hubo un momento sumamente incómodo que no sé cómo no había previsto, con lo inteligentísimo que soy. El presidente del club me presentó como miembro nuevo y me instó a dar mi discurso de iniciación. Las piernas me flaquearon pues odio hablar en público y ni siquiera llevaba un pequeño parlamento preparado. Con la voz temblorosa y las manos en los bolsillos, comencé a balbucear ininteligibles frases inconexas. Entonces me hicieron saber que no se me oía por razón de mi corta estatura. Hubo de subir uno de los "hermanos" a bajar el micro hasta mi altura y ya yo comencé de nuevo a farfullar agradecimientos fariseos, alabé la institución. Opté por decir justo lo contrario de lo que pensaba. Y resolví aquella dramática coyuntura en dos minutos, más de lo que duro en la cama, eso es verdad, así que algo largo se me hizo. Fui traidor a mis convicciones y mi verdadera postura vital, mientras sudaba y temblaba. No me gusta, pero he de reconocer que hice el más estrepitoso de los ridículos. Todos murmuraban y se reían por lo bajini de mi patética incapacidad de hablar (así, en general, los muy hijos de...). Pensé que pasado lo peor, me iba a inflar de whisky y de tomar todo lo que me ofrecieren, y no regresaría jamás. Así lo hice. Bebí, tomé salmón y caviar, fumé habanos de magnífica calidad. Llené mis bolsillos con varias chucherías y en un descuido del camarero, fui al servicio y rellené la petaca que siempre llevo llena de vino peleón (soy pobre como las ratas) con ese whisky del bueno. En fin, llegada la hora de marchar, me incliné con humildad ante el presidente, di gracias y, como un judas, juré fidelidad a la Hermandad. No volví a ser convocado, aunque en modo alguno habría yo acudido. Dejé que pasara cierto tiempo sin que se me viera mucho por el pueblo. Y cuando alguno de mis amigos me pregunta por qué deje el club de los prohombres, les digo la verdad: "Porque son unos miserables. No los puedo soportar".

3 comentarios:

Unknown dijo...

Qué otra cosa, sino miserables, podría ser un grupo que se autodenomina "prohombres"?
Y qué otra cosa podría ser quien acepta su invitación?
Te diré que en córdoba tenemos alguno grupetes que...

Pilar dijo...

Me lo creo, amiga. Un gran abrazo, Patricia :)

Riforfo Rex dijo...

Yo formé una vez un grupo parecido. Redactamos los estatutos y según ellos - los estatutos- yo debía ser expulsado, así que me fui y nunca más supe. Pero yo no soy este señor.